Viernes por la noche… ¿plan? Ir al cine o quedarse en casa mirando una película. ¿Opciones disponibles? ¡Todas románticas! ¿No había ninguna de terror o de acción? ¡No! Queremos llorar a mares durante dos horas y que no nos preocupe que se salga el maquillaje.
Algunos pueden pensar que este plan de viernes por la noche es de una masoquista empedernida o de alguien que realmente disfruta de pasárselo mal. Pero no es así. Es una excelente manera de desahogar dolores del pasado o expresar algo que nos pasa en la actualidad.
Escenas conmovedoras, llanto asegurado
Ese podría ser el resumen de cualquier película de amor. ¿Por qué nos dan ganas de llorar aún cuando la historia no tiene nada que ver con nosotros, cuando somos felices porque hemos hallado a nuestra media naranja o hace bastante que hemos podido “sepultar” el recuerdo de un ex?
La respuesta es una simple palabra: Empatía. Ser empáticos con el o la protagonista de la película es contactar con sus sentimientos, igual que si la historia nos sucediera a nosotros o nos la estuviese contando nuestra mejor amiga.
Los factores que pueden provocar esa experiencia emocional en el cine son por ejemplo la historia en general, las veces que lloran los actores en escena, la felicidad que pueden experimentar los personajes y el mensaje que deja al finalizar.
Por ello es que el llanto aparece sin que lo busquemos o lo esperemos… y tampoco nos da vergüenza. “Estoy llorando por la película… ¿o es que no lo entiendes?” Puede decir la novia a su pareja cuando le extiende un pañuelo (para ser lo más caballero posible).
Lloramos aunque el final sea feliz
“Fueron felices y comieron perdices” dicen todas las historias de príncipes y princesas que leíamos o veíamos cuando eramos peques. Lo mismo se suele aplicar (salvo en muy pocas excepciones) a las películas románticas.
Desencuentros, enojos, malos entendidos, parejas nuevas e incluso, el paso del tiempo no son motivo suficiente para que esas dos personas se terminen besando antes del cartel de “fin”. ¡Y allí si que necesitamos una dosis extra de pañuelos! (y por supuesto el kit de maquillaje para no parecer un mapache).
Ahora bien… ¿es posible llorar de “felicidad” por el maravilloso final y el tan esperado beso? Los expertos indican que nadie derrama lágrimas cuando están felices. ¿Cómo que no? ¡Si la historia era tan bonita!
La hipótesis de los psicólogos es que en realidad lloramos porque ese final feliz nos hace recordar sentimientos desagradables que hemos sufrido en algún momento de nuestra vida.
Como no está bien visto (socialmente hablando) estallar en llanto a cada rato, solemos reprimir esa emoción. Entonces cuando vemos una película, leemos un libro o escuchamos una canción hay algo muy dentro nuestro que no podemos guardar por más tiempo.
Los finales felices a los que estamos acostumbrados en la pantalla grande evocan un mundo ideal repleto de amor, sin problemas y con muchas perdices que van a parar al asador.
Para los adultos los desenlaces de los cuentos nos transportan a una edad donde todo era “color de rosas”, es decir, cuando éramos niños. Sin embargo, una vez que hemos derramado la última lágrima de la noche e ido al baño a retocarnos la máscara de pestañas y el delineador… hay que volver a la vida cotidiana, sin excepción.
Y eso justamente es lo que nos pone tristes. No la frase más romántica que hayas oído jamás en la boca de un hombre frente a la mujer amada. O a la escena más bonita con una playa repleta de palmeras… e incluso la del beso bajo la lluvia.
Cuando lloramos ante un final feliz estamos sacando a la luz nuestro lado más “idealista”, el que anhela el amor perfecto, la pareja ideal y el entorno mágico. Entonces las lágrimas, ¿son de felicidad o de alegría?, ¿tú qué crees?