El ABC de la histeria
A diario escuchamos la palabra “histeria” por todas partes. Le dicen “histérica” a una persona que se sale de casillas, o a una mujer que tiene reacciones exageradas. Algunos animadores de televisión gritan “¡Histeria!” para que el público se explaye a gritos o las personas salten como monos.
En realidad, el asunto es más complejo. Aunque la histeria en la visión más común se asocia con el descontrol de las emociones, la verdad es que es una estructura psíquica con muchos más ingredientes e implicaciones.
“A veces creo que la histeria no es otra cosa que la conspiración del inconsciente, que intenta reproducir asépticamente el estado físico de la excitación sexual sin el placer, acompañado de sufrimiento.”
-Yukio Mishima-
Se trata de un tema fascinante que ha ocupado un lugar destacado en las reflexiones de grandes pensadores como Platón, Galeno y Freud. Este último dijo, tajantemente: “la histeria fundó el psicoanálisis”. Pero, ¿qué es en realidad la histeria? ¿Somos todas las mujeres histéricas, como a menudo se nos señala?
Hacia una definición de histeria
Charles Lasègue, un médico francés del siglo XIX, dijo alguna vez que: “la definición de histeria nunca se dio y nunca se dará”. Muchos de sus colegas le dieron la razón en su momento. Y es que definir la histeria parecía por momentos una misión imposible.
Hasta comienzos del siglo XX, y desde la antigüedad, se le llamó histeria a la aparición de síntomas físicos de una enfermedad, sin que hubiera una causa “real” que la produjera.
Así, aparecían personas que quedaban ciegas o sordas, sin lesión alguna. Gente que tenía parálisis en alguna de sus extremidades, sin que hubiera razón para ello. Personas que exhibían tics incontrolables y, aparentemente, incurables. Está también el caso clásico, el del “gran ataque histérico”, una especie de ataque de epilepsia, que, en todo caso, no era epilepsia.
Las personas histéricas parecían tener una enfermedad, pero en realidad no la tenían, aunque mostraran todos los síntomas de aquella. Esto volvía locos a los médicos. ¿Cómo curar a un ciego que tiene intactos sus ojos?
Actualmente ya no son frecuentes los “ataques histéricos” como tales. Ha aparecido toda una nueva gama de síndromes, “enfermedades” y dolencias que solo se explican parcialmente a través de la medicina: la anorexia, las enfermedades autoinmunes, la depresión, etc.
Historia de la histeria
Uno de los primeros en reseñar la existencia de la histeria fue Hipócrates, el padre de la medicina. Para él, se trataba de un problema ginecológico, derivado del desplazamiento del útero (en griego, “útero” era “histeron”, de ahí la palabra “histeria”).
Sorpresivamente, Platón dijo de la histeria que era una enfermedad provocada por no tener relaciones sexuales. Lo mismo afirmó Serapión, un médico árabe de la antigüedad. Ambos afirmaban que el mal se curaba con el matrimonio.
Durante la modernidad aparecieron nuevas teorías. En todo caso, hubo un relativo consenso en cuanto a que el mejor tratamiento para la histeria era el llamado “masaje pélvico”. El médico, o una comadrona, debían estimular los genitales de la mujer manualmente, hasta que ella alcanzara el “paroxismo histérico”.
Porque sí o porque no, lo cierto es que en el siglo XIX hubo una verdadera “epidemia” de histeria. En parte porque a todo síntoma relativamente desconocido se le llamaba “histérico” y, en parte como respuesta a la represión sexual de la época.
Aún así, los síntomas en las personas afectadas de histeria solo comenzaron a tratarse con éxito cuando se determinó que su origen era cien por ciento psíquico, con el advenimiento del psicoanálisis y su enfoque de “cura por la palabra”.
Histeria, represión y sexualidad
A partir de la invención del psicoanálisis, la histeria se entendió y se abordó de manera diferente. Para Freud, los síntomas histéricos son la expresión de contenidos psíquicos reprimidos. A su vez, estos contenidos se han reprimido porque resultan inaceptables para el sujeto.
Se entiende mejor con un ejemplo: en una etapa temprana de la vida puede sentirse atracción sexual por el padre, la madre o algún pariente. En otras palabras, se experimentan sentimientos eróticos por una figura prohibida.
Debido a lo inaceptable del hecho, esto se olvida, se saca de la conciencia. Sin embargo, después retorna, no en forma de dolor o displacer emocional, sino físico. El cuerpo se convierte en el escenario del conflicto.
De cualquier modo, la histeria aparece, a lo largo de toda la historia, asociada con la sexualidad. Y en el psicoanálisis pasa de ser un síntoma aislado a convertirse en una estructura psíquica: una forma de ser y de entender el mundo.
Como el tema ya es complejo (y se pondría más difícil si citáramos a Lacan) vamos a terminar este breve abrebocas sobre la histeria con dos afirmaciones al respecto:
- La mujer histérica, y algunos histéricos también, piensan y actúan en la lógica: “soy amada(o), luego existo.” En la histeria el deseo del otro es el que define el sentido de lo que uno es. El ideal último es poder convertirse en “el todo” del ser amado. Complementarlo y “llenar todos sus vacíos”. La relación amorosa es un laboratorio de prueba para determinar cuál es el valor de uno mismo.
- La histérica y el histérico adolecen de insatisfacción infinita. Esta insatisfacción se manifiesta en todos los terrenos de la vida, pero especialmente en la vida amorosa. Corren tras la persona o la relación ideales y, por supuesto, jamás las encuentran.
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