Quizás conoces la frase que dice “consejos vendo que para mí no tengo”. El refranero español nos habla de esa vieja costumbre de querer aconsejar a los demás sobre cualquier tema, aunque el otro ni lo necesite ni lo haya pedido. Así, es frecuente entrometerse en las vidas ajenas, dando a entender que nosotros sabríamos, sin dudar, lo que habría que hacerse en lugar de la persona a la que le regalamos el consejo.
Nuestras intenciones pueden ser las mejores del mundo, eso no está en discusión, pero antes de soltar una catarata de consejos quizás deberíamos pensar si a la otra persona le interesa lo que tenemos que decir o si realmente estamos contamos con toda la información que nos permita ponernos exactamente en su lugar.
¿Te puedo dar un consejo?
Si no quieres acabar con una amistad de muchos años, generar un problema con un miembro de tu familia o que te malinterprete tu compañero del trabajo es preciso que racionalices las cantidad de consejos que sirves.
Elige el momento adecuado. Busca la calma, es una buena aliada si quieres que el mensaje sea acogido por una actitud receptiva. Si en el preciso instante en que el otro está llorando o gritando a causa del enfado, le interrumpes para darle tu punto de vista, es improbable que te escuche o te preste atención. Sin embargo, al dejar lugar a la calma propiciaras que tú mensaje sea acogido de otra manera.
Una de las cualidades que debes sembrar si luego quieres cosechar una reputación de buen consejero es la de escuchar. Claro, porque esa es la única manera de contar con la mejor información. Pregunta qué le ocurre, cómo se siente, qué piensa, qué tiene decidido hacer y con todos esos datos podrás elaborar diversas soluciones que sirvan y sumen.
¿Te has puesto en sus zapatos antes de aconsejarle? No olvides que hay una línea muy fina que separa a una recomendación positiva (o constructiva) de una negativa (o destructiva). Para saber si estás sobrepasando los límites, piensa que eres esa persona e imagina cómo te sentirías si estuvieras escuchando el mismo mensaje que quieres compartir.
Sería bueno que tampoco indicaras acciones que tú tampoco harías en la misma situación. Valora la distancia que existe entre el dicho y el hecho y piensa si es salvable en la situación y con las capacidades de la persona a la que quieres dar el consejo.
¿Un consejo o un silencio?
Muchas veces, quedarnos callados al lado de alguien que está sufriendo o tiene un problema es el mejor consejo que podemos darle. ¿Cómo es eso? Si realmente no tienes claro cuál es la mejor decisión que podría tomar, reconócelo. Es una estupenda forma de validar los sentimientos de la persona a la que queremos ayudar, de decir: no puedo ser indicativo contigo, pero aún así estoy aquí, en conexión contigo y para acompañarte.
El silencio vale oro y antes de soltar frases cliché como: “así es la vida”, “hay que seguir adelante” o “al menos tienes salud”… sella tus labios. Una buena manera de demostrar tu apoyo y tu compromiso por ayudar es quedarte esperando a que el otro te haga una pregunta del tipo, “¿Y tu qué harías?”
No deberías olvidar que dar un consejo es establecer una relación estrecha. No es simplemente opinar sino indicar que vas a ayudar en lo que sea necesario. Cuando algo malo ocurre son miles los que dan su punto de vista, pero realmente muy pocos los que apoyan de manera incondicional y siguen al lado en este arduo camino. Lógico, lo primero es fácil y lo segundo más complicado.
Para poder trabajar juntos y encontrar una solución adecuada puedes usar una técnica llamada “Mayéutica” empleada por Sócrates. Gracias a este proceso se “alumbra” a la otra persona con una pregunta del tipo puntapié inicial. A través de esa consulta se puede comenzar e ir avanzando hasta responderla por completo.
Por último, recuerda no juzgar a quien ha recibido tu consejo. Si no lo ha llevado a cabo, no es que sea mala persona o que no lo haya tenido en cuenta, sino que simplemente ha valorado que no era lo mejor. Antes de pensar que es una persona desconsiderada, piensa que es una persona independiente y capaz, como tú, de escuchar y después tomar sus propias decisiones.
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