En las últimas semanas el suicidio ha sido protagonista en las noticias. Nos hemos levantado con las terribles noticias de dos suicidios de menores provocados por del incesante acoso escolar (bullying) que padecían.
Hablamos de Alan, el menor transexual que se suicidó hace algunas semanas por la transfobia sufrida y de Diego que se suicidó porque era la única forma que encontraba de no tener que acudir al colegio todos los días.
Aunque más que decisión, el suicidio aparece como un impulso de huida ante el dolor insoportable en el que viven. Se marchan dejándonos un claro mensaje, con su educación también somos responsables de sus emociones, de sus relaciones y del ánimo con el que acuden a un lugar en el que pasan buena parte del día.
Nos dejan diciéndonos que hemos fracasado, que necesitaban atención y no la han tenido, que hay padres que lejos de exponer la diferencias como un elemento enriquecedor e integrador, hablan de ellas como una excusa para la burla, el acoso y el derribo. Los niños no son ni inocentes ni culpables, son en este caso solamente un reflejo de aquello que les han enseñado, de aquello por lo que obtienen premios y refuerzos.
Quizás sus compañeros podían llegar a ser en parte conscientes del sufrimiento que estaban causando, de lo que seguro no eran conscientes es de las repercusiones que este podía tener. Esta también es nuestra responsabilidad: si hacemos del suicidio un tema tabú, si no les hablamos de ello como una consecuencia real de las discriminaciones que realizan, nunca se van a parar a pensarlo. Sencillamente, porque no lo conocen.
El tabú del suicidio que no soporta más ser silenciado
El suicidio en España aumenta sus cifras de manera alarmante. Por ejemplo, el número de suicidios es ya mayor que el de muertes causadas por accidentes de tráfico.
Los casos de Alan y Diego son solo la punta del iceberg de dos grandes problemas en España: el acoso escolar y el suicidio. En este caso, nos vamos a centrar en el suicidio, en sus bases biológicas, la interacción de la biología con el ambiente y en las circunstancias del propio ambiente que se relacionan positivamente con el suicidio.
¿Por qué se suicidan las personas?
En este tema, como en otros dentro de la psicología, se ha señalado el papel de la herencia-ambiente en la aparición de ciertos trastornos. En este sentido, la mayoría de profesionales en el estudio de este campo sostienen que “por fuerza han de ser varias cosas las que vayan mal a la vez”.
Victoria Arango, presidenta del Instituto Psquiátrico de Nueva York, afirma que el suicidio no se debe a un elemento puramente biológico, sin embargo si hay elementos biológicos en la ecuación que aumentan el riesgo. La otra parte de la moneda herencia-ambiente la representan los factores relacionados con la experiencia: historia de aprendizaje, extensión y consistencia de los círculos de apoyo, desarrollo de estrategias de afrontamiento, etc.
Es en los pacientes que presentan un trastorno bipolar, o en los que presentan un trastorno depresivo, o en los que han sufrido un suceso traumático grave e incluso en los pacientes que padecen Trastorno Dismórfico Corporal en los que se ha observado una mayor tasa de suicidios.
Vamos a ver cómo funcionan sus sistemas y circuitos neuroquímicos y algunas estructuras del cerebro para poder conocer un poco mejor los antecedentes de esta conducta terminal.
Debemos ser conscientes que en la raíz del enigma del suicidio se encuentra un sistema nervioso cuyas líneas de comunicación han llegado a enredarse hasta tal punto de formar una maraña de nudos insoportablemente dolorososCompartir
Qué pasa en el cerebro de la persona que ha decidido suicidarse
Muchas de las familias que han perdido a un familiar en estas circunstancias donan su cerebro a la investigación científica, en un acto de tremenda consciencia y generosidad, conocedores de primera mano de que este problema debe ser estudiado para ser comprendido y prevenir futuros casos.
Junto los cerebros existe “la autopsia psicológica” dónde se recoge las entrevistas, las observaciones y todo el material relevante de la vida de la persona meses u años antes de que ocurriera el suicidio. Se trata de investigar, conectando.
Existen 3 estructuras biológicas relacionadas con el suicidio
Gracias a las diversas investigaciones realizadas hoy sabemos que existen 3 estructuras biológicas presentes en el suicidio:
- La corteza prefontal cerebral, situada justo encima de los ojos, es la sede de funciones ejecutivas como la censura interna y la encargada de controlar los impulsos (importantísimo para un porcentaje alto de casos de suicidios no planificados). Esta parte tan importante no termina de desarrollarse completamente hasta que entramos en la veintena, de ahí la cantidad de conductas impulsivas que observamos en los niños y que desaparecen con la edad.
- Núcleo del Rafe dorsal, encargado de segregar serotonina y enviarla también a la corteza prefrontal. La serotonina es un neurotransmisor que nos hace sentir bien y nos calma, nos hace sentir más estables. Lo curioso es que el cerebro de las personas que se han suicidado tenían, en ocasiones, más serotonina que las personas que fueron estudiadas como “grupo control”. Se piensa que detrás de este incremento existe un intento por regularse. Sin embargo ese intento falla, bien por los circuitos o por la forma en la que se sintetiza.
- El Eje Hipotalámico-pituitárico-adrenalínico” (HPA): Este sistema, a muy grandes rasgos, está relacionado con la segregación de hormonas en momentos de estrés. Un daño en este eje se asocia con experiencias traumáticas tempranas, que pueden haber impedido un desarrollo adecuado del mismo.
La neurobiología del suicidio nos da las pautas para combatirlo desde fuera
La biología, sin intervención psicológica y social, no puede resolver adecuadamente el problema del suicidio. Una vez más tenemos que asumir que cada cerebro es distinto y no funciona de la misma forma, que lo que para una persona es un simple agravio para otra es un hecho que encuentra un reflejo muy intenso en sus circuitos neuronales.
Por tanto, sería importante unir fuerzas y evitar que estos hechos se vuelvan a producir apostando por una intervención multidisciplinar:
- Una persona que cree que no ha hecho una asimilación emocional adecuada de un trauma del pasado y que se siente vulnerable ante cualquier señal de alarma, debe buscar tratamiento. Quizás pensaste que podías con todo pero esto no es una carrera para ver quién sufre más, no se dará la falacia de la recompensa divina: asume que quieres dejar de sufrir y busca ayuda.
- Para paciente con tentativas de suicidios la medicación con prozac ha resultado efectiva pero no todo lo que debiera. Se debería acudir al litio informando bien de sus efectos secundarios.
- En casos de acoso escolar adolescente, por ejemplo; el niño vive una situación que le causa un estrés agudo en una época de construcción identitaria, con un entramado hormonal galopante y con un estigma social que cuenta con unos cimientos muy débiles. En este caso padres, alumnos, profesores y psicólogos deben señalar a los acosadores y ayudar al alumno a que procese adecuadamente lo vivido.
- El suicidio sube cuando la desesperanza se impone: la persona que se suicida normalmente tiene más salidas, lo que sucede es que no las ve y nadie se las indica. Dando y facilitando recursos, como el hecho de educar en asertividad o reforzar el aspecto resiliente de la personalidad, hará que la desesperanza nunca pueda contra estos diques fortalecidos.
La investigación neuropsicológica en el suicidio no es suficiente si no viene acompañada de una conciencia social que nos lleve a entender este problema como nuestro. Solamente así podremos lanzar y sostener los protocolos de actuación adecuados frete al enorme reto que supone la educación de las generaciones que vendrán detrás de nosotros.
Recordemos que la ignorancia y la indiferencia frente al sufrimiento no solamente es una mala idea, sino que también es una forma de crueldad que nos hace cómplices y animadores del que ataca, discrimina, insulta y causa sufrimiento.
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