La mar ciñe
La mar ciñe a la noche en su regazo y la noche a la mar; la luna, ausente; se besan en los ojos y en la frente; los besos dejan misterioso trazo.
Derrítense después en un abrazo, tiritan las estrellas con ardiente pasión de mero amor, y el alma siente que noche y mar se enredan en su lazo.
Y se baña en la oscura lejanía de su germen eterno, de su origen, cuando con ella Dios amanecía,
y aunque los necios sabios leyes fijen, ve la piedad del alma la anarquía y que leyes no son las que nos rigen.
Horas serenas del ocaso breve, cuando la mar se abraza con el cielo y se despierta el inmortal anhelo que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.
Copos perdidos de encendida nieve, las estrellas se posan en el suelo de la noche celeste, y su consuelo nos dan piadosas con su brillo leve.
Como en concha sutil perla perdida, lágrima de las olas gemebundas, entre el cielo y la mar sobrecogida
el alma cuaja luces moribundas y recoge en el lecho de su vida el poso de sus penas más profundas.
Anónimo
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