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Morada del cielo
Alma región luciente, prado de bienandanza, que ni al hielo ni con el rayo ardiente falleces, fértil suelo producidor eterno de consuelo;
De púrpura y de nieve florida la cabeza coronado, a dulces pastos mueve sin honda ni cayado, el buen Pastor en ti su hato amado.
Él va, y en pos dichosas le siguen sus ovejas, do las pace con inmortales rosas, con flor que siempre nace, y cuanto más se goza más renace.
Ya dentro a la montaña del alto bien las guía; ya en la vena del gozo fiel las baña, y les da mesa llena, pastor y pasto él solo, y suerte buena.
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Y de su esfera cuando la cumbre toca altísimo subido el sol, él sesteando de su hato ceñido con dulce son deleita el santo oído.
Toca el rabel sonoro, y el inmortal dulzor al alma pasa, con que envilece el oro, y ardiendo se traspasa y lanza en aquel bien libre de tasa.
¡Oh son, oh voz! siquiera pequeña parte alguna descendiese en mi sentido, y fuera de sf el alma pusiese y toda en ti, oh amor, la convirtiese!
Conocería dónde sesteas, dulce Esposo, y desatada de esta prisión a donde padece, a tu manada junta, no ya andará perdida, errada.
Fray Luis de León
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