El ser humano es un animal social, como ya descubrimos en el fondo de la antigua filosofía griega. No importa si nos volvemos ermitaños o quedamos abandonados en una isla desierta. En el trasfondo de todo lo que somos y de lo que hacemos siempre está operando la cultura en la cual nacimos y desde la cual nos convertimos en miembros de la especie. Pero, ¿hasta que punto somos responsables de los demás?
Necesitamos de los demás. Piensa, si nadie nos cuidara en nuestros primeros años de vida, ¿qué posibilidades tendríamos de sobrevivir? Pero, al igual que nosotros necesitamos, también los demás nos necesitan. Esa solidaridad elemental, basada en la reciprocidad, es como una especie de programa que tenemos instalado “de fábrica”: está en nuestra constitución genética y nos ha permitido sobrevivir como especie.
“Un héroe es alguien que entiende la responsabilidad que acompaña a su libertad.”Compartir
Pero, de la misma forma que algunas personas desatienden ese mandato genético y dejan de ser sensibles a lo humano, también hay muchos casos en lo que podemos identificar a personas que traspasan la frontera de la solidaridad, olvidándose en el camino de sus propias necesidades. Por lo menos, aparentemente.
¿Hasta qué punto somos responsables de otros?
La pregunta es difícil de responder. En el campo de lo humano no existen las fórmulas, ni los esquemas, ni las verdades absolutas. Sin embargo, hay algo cierto: todos somos responsables, en alguna medida, de lo que ocurra con nosotros como especie. Eso incluye a las personas más próximas, como también a las más lejanas e incluso a quienes no han nacido aún.
De ahí que, en esencia, todos somos responsables de todos. Hay un hilo invisible que une a todos los miembros de la humanidad. En nuestro horizonte siempre están las demás personas, mirándonos, ignorándonos, juzgándonos, queriéndonos o de mil maneras, pero siempre ahí.
Los “responsables neuróticos” de los demás
La palabra “responsabilidad” viene de la raíz latina “responsum”, que significa “habilidad para responder”. Así que cuando hablamos de responsabilidad para con los demás, aludimos a esa capacidad para dar una respuesta frente a sus necesidades, expectativas y carencias. Pero, cuidado: esto no abarca TODAS las necesidades, TODAS las expectativas y TODAS las carencias.
Sin embargo, hay personas que por diversas razones han llegado a la conclusión de que viven solo para los demás. Incluso llegan a experimentar un sentimiento de culpa muy fuerte si dejan de ayudar a alguien, aunque, objetivamente, ni siquiera puedan hacerlo. Es entonces cuando la responsabilidad se convierte en una tortura propia que los demás entienden difícilmente.
En estos casos hay un exceso que no es precisamente de generosidad, sino que más bien nace de una concepción culpabilizante y persecutoria de la ayuda a otros. Por lo general es el resultado de un mandato inconsciente según el cual la existencia propia solo se justifica si está dedicada al servicio de los demás.
Lo que se esconde tras las responsabilidades excesivas
Cuando la responsabilidad frente a los demás se torna excesiva, probablemente detrás se esconde un conflicto emocional no resuelto y que permanece latente. Existe una segunda intención en actitud desmedida y continuada de ayuda y ofrecimiento, aunque muchas veces la propia persona colaboradora la desconoce. Por otro lado, no es capaz de disfrutar de los beneficios que puede ocasionar su colaboración, es una obsesión para la que nunca hay suficiente.
Uno de los motivos de estar personas solidarias es el de ganar aceptación y afecto. Sin embargo, al seguir la ley que enuncia que “a más ayuda se gana más afecto”, son incapaces de poner un límite. Así, muchas veces terminan perdiendo el afecto que inicialmente habían conseguido por el hecho de haber realizado gran parte de una tarea que no les correspondía.
También se responsabiliza de otro quien tiene la intención de controlarlo. Así, detrás de su ofrecimiento se encuentra el miedo de que no se cumplan sus expectativas y de que no toda vaya en función de lo que le gustaría. Esta forma de control es muy dañina, especialmente con los niños, ya que impide su crecimiento y les hace personas dependientes.
Finalmente, una persona se vuelve responsable de otra, sin necesidad, cuando quiere evadir sus propias responsabilidades. El tener que estar pendientes de otros es un magnífico pretexto para no ocuparnos de nuestros propios problemas y, de paso, victimizarnos por eso mismo. Se trata de una técnica de manipulación que se aplica cuando tenemos miedo a enfrentar las carencias que nos cuesta mucho trabajo tolerar y el miedo a un posible fracaso
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