En el mundo actual muchos piensan que buena parte de sus problemas se derivan de no tener más. Por eso empeñan la mejor parte de sus vidas en adquirir eso que suponen que va a hacerlos felices. El problema es que, como este razonamiento es básicamente falso, nunca consiguen tener lo suficiente para ser felices. De hecho, hay una pizca de infelicidad en quienes tienen demasiado.
El exceso, en cualquier aspecto del que se trate, se experimenta como un lastre. Y como el lastre que es, conduce a distorsiones y dificultades para alcanzar una auténtica calidad de vida. Esto se aplica a todo: el exceso de comida, de bebida, de bienes, de belleza, de éxito y un largo etcétera.
“La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos.”Compartir
El deseo de tener más y más de algo, no nace de una carencia específica de ese bien. No es que al alcohólico le falte más alcohol en su cuerpo, ni que el glotón compulsivo requiera más proteínas. Tampoco al millonario le hace falta dinero, pero eso no significa que no quiera más. En todos estos casos lo que ocurre es que el verdadero deseo está enmascarado y por eso nunca logra saciarse.
Los que tienen demasiado
Hay una verdad que parece contradictoria a primera vista: carecer de bienes materiales da origen a la infelicidad, pero poseerlos no es el comienzo de la felicidad. Los seres humanos necesitamos una base material mínimamente digna para constituirnos como personas, crecer y evolucionar. Si carecemos de ese mínimo, probablemente iniciamos una cadena de carencias que nos conducen a la injusticia y a la falta de autonomía.
En el otro extremo están los que tienen demasiado, que teóricamente, deberían ser mejores personas, dado que lo han tenido todo, e incluso más. Su facilidad de ingreso a la educación, su posibilidad de acceder a experiencias más gratificantes y el mismo hecho de saberse más afortunados que la mayoría de los seres humanos, debería traducirse en un grado más alto de felicidad en sus vidas. Pero muchos de ellos están sumergidos por el contrario en la infelicidad…
Sin embargo, esto no es así. De hecho, generalmente ocurre lo contrario. Las personas que tienen demasiado suelen ser problemáticas, exigentes e inconformes. Los domina el capricho. Los asedia la insatisfacción. Se muestran egoístas y superfluos, cuando no indolentes frente al mundo. Suelen ser cínicos. Esto no se aplica al 100% de quienes ostentan esta condición, pero sí es altamente frecuente.
¿Más es menos y menos es más?
En el campo del desarrollo personal el dinero es solo un instrumento que está lejos de ser lo más importante. Como se anotaba antes, todo ser humano debería poder contar con un mínimo de condiciones dignas que permitan su desarrollo y su inserción en la cultura. Sin embargo, más allá de ello, lo que termina definiendo el éxito o el fracaso de una persona que ha nacido en condiciones de pobreza es su capacidad para asumir creativamente las dificultades.
A fe que son muchas las dificultades que encuentra alguien en estado de pobreza. La dificultad está en la vida cotidiana, como el sol o la luna. “Siempre falta algo o alguien”, como dice el texto de Facundo Cabral. Siempre hay que administrar, medir, distribuir. La vida es un desafío diario que desde pequeños tienen que asumir.
Para los que tienen demasiado el asunto no es difícil, ni tampoco tan emocionante. Difícilmente se ven expuestos a situaciones extremas, en las que deba prevalecer el ser, antes que el tener. Muchas personas con dinero se cuidan de ello y educan a sus hijos en el marco de la austeridad. Aún así, su horizonte es básicamente seguro, a diferencia de quienes no tienen nada y se debaten día a día dentro de la incertidumbre.
El resultado de todo esto es que, en la mayoría de los casos, quienes tienen poco desarrollan con mayor vigor su capacidad de resiliencia. Aprenden a lidiar con la frustración y logran valorar lo que obtienen. En cambio, los que tienen demasiado se pierden de esa experiencia de vértigo. Es verdad: sufrirán menos en muchos aspectos. Pero también serán, en general, menos resistentes a los embates del destino. Hay una pizca de infelicidad en todos los excesos.
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