Si hay algo que evitamos sentir, huyendo presos del miedo, es sin duda el dolor emocional. Luchamos para no enfrentarnos a situaciones que resultan dolorosas y acabamos por anestesiarnos frente a las emociones. Lo que ocurre con esta anestesia es que es global y tiene sus consecuencias.
¿Has sentido tu dificultad para amar, entrando en un estado en el que no sabes si realmente tienes capacidad para sentir el amor? No te preocupes esto es algo también habitual para el resto de los mortales. Supone un estado de confusión, con un miedo como trasfondo ante la posibilidad de volvernos insensibles.
Pero no temas, posees la capacidad de amar y simplemente has tenido que levantar un muro para defenderte de todos los posibles peligros y miedos que te invaden. Todas las alertas se te han encendido, se basan en la experiencia de otras situaciones dolorosas, y de manera consciente o inconsciente intentas evitar que se repitan.
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Evitando el sufrimiento y el dolor
Aunque el sufrimiento y el dolor no son lo mismo, intentamos evitar ambas experiencias. Sin embargo, evitar el dolor no es una buena idea, ya que es un proceso natural por el que tenemos que pasar ante situaciones que nos entristecen o nos causan malestar. Todos, en algún momento, hemos pasado por el sufrimiento y lo hemos alimentado, cuando lo único que teníamos que hacer para deshacernos de él era entregarnos al dolor durante el tiempo que necesitábamos.
El dolor nos sirve para crecer y desarrollarnos, y el sufrimiento para estancarnos. Por eso es importante diferenciar uno de otro. Puesto que entrar en el dolor supone vivenciar la experiencia, sentir la emoción, para finalmente dejarla ir y liberarla de forma natural.
“El dolor es un aspecto inevitable de nuestra existencia, mientras que el sufrimiento depende de nuestra reacción frente a ese dolor”.Compartir
Desconexión por mecanismo de protección
Hay momentos por los que pasamos que han podido resultar tan dolorosos, que han hecho que desarrollemos un mecanismo especializado para desconectarnos de nuestra emoción, de nuestro cuerpo, y enfriarnos para evitar entrar donde ya sufrimos. Esto puede llegar incluso a la disociación, cuando no somos capaces de aceptar la realidad por el impacto emocional que nos supone.
Cuando existe la posibilidad de que se produzca una situación desagradable parecida a la que tenemos archivada en nuestro historial de experiencias, nuestro sistema de supervivencia nos protege. En la trastienda de esa protección artificial se esconden nuestros miedos más angustiosos, como el temor al abandono, a la soledad y al rechazo.
Esta evitación y enfriamiento a experimentar ciertas situaciones que nos ponen en alerta, pueden estar determinando nuestras vidas:
- Evitando el riesgo que supone amar.
- La inseguridad de confiar en quienes están a nuestro alrededor.
- Relacionarnos con precaución quedándonos en la superficialidad.
- Mantener relaciones en las que principalmente nos mueve el interés, de lo que podemos conseguir de las personas, utilizándolas como instrumentos para nuestros fines.
- Crearnos un universo hostil, en el que reina la supervivencia y la competitividad.
- Falta de confianza en sí mismo: complaciendo, buscando el reconocimiento y evitando expresar las propias necesidades.
Las emociones y los sentimientos son nuestra brújula
Las emociones y los sentimientos es todo lo que tenemos, sin olvidarnos de que somos humanos no tenemos más remedio que entregarnos a la experiencia de vivir. Lo que supone atreverse a poder experimentar el dolor, si queremos plenamente sentir el amor.
La anestesia no es selectiva, si la aplicas para no sentir dolor, a su vez estarás desconectándote de ti, de tus emociones y sentimientos y, en definitiva, de la propia vida.Compartir
Estas sensaciones -sentimientos y las emociones– son nuestra brújula de precisión, ya que nos van indicando cómo nos sentimos en cada momento. Nos permiten saber que no somos cáscaras vacías, sino que estamos enriquecidos por un mundo interno extraordinario. Un cosmos frente al que tenemos dos opciones: sacar el máximo provecho y abandonarnos y entregarnos a experimentar o cortar toda relación con él.
De ti y de nadie más depende la elección de mostrarte vulnerable o protegido, y de dar el paso y atreverte a zambullirte y nadar siguiendo el curso del río de la vida o por el contrario te quedarte en una orilla observando como la corriente pasa de largo sin que tú seas partícipe, sin que aproveches las posibilidades que solo es capaz de aportarte la entrega a la experiencia.
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