El drama de los niños refugiados y sus familias va más allá de un desastre humanitario al que no deberíamos volver el rostro. Sus corazones heridos ansían esperanza, no hay duda, pero sus mentes infantiles y los traumas psicológicos a los que van a tener que hacer frente, van a dejar una huella tan profunda en ellos, que posiblemente, no superen jamás.
Hemos de pensar que en el cerebro de todo niño subyace la idea casi instintiva de que sus padres son capaces de protegerles de todo mal. Cuando esto no ocurre, cuando pierden a miembros de su familia y el mundo se desmorona ante ellos bajo la sombra de la atrocidad y el desconsuelo, algo se rompe en la mente de un niño.
Refugiados, desplazados de sus países de orígen, de su hogar, de sus raíces… Adultos que llevan de la mano a esos niños que solo ansían tener un futuro, un hálito de esperanza en esos rostros que se han olvidado de sonreír y que apenas recuerdan qué es la felicidad.Compartir
El apoyo psicológico debe formar parte también de esa ayuda humanitaria imprescindible que requieren todos los campos de refugiados, que a día de hoy, habitan en nuestras fronteras. Los adultos, pero en especial los niños más pequeños y los adolescentes requieren de un apoyo mental con el que poder restaurar esas heridas que,no se ven en la piel, pero que pueden quedar para siempre en sus mentes, en sus almas…
El drama de los niños refugiados
No basta un minuto de telediario para comprender la situación que llegan a vivir todos estos niños y sus familias. Los refugiados sirios, por ejemplo, cargan sobre sus espaldas más peso que el de los pocos enseres que han podido conservar. El suyo es lastre imborrable de masacres, violaciones, bombas, francotiradores y barrios enteros convertidos en escombro.
Muchos de esos niños salen de sus países de origen junto a los familiares rumbo al mar Mediterráneo. Una balsa llena de gente y un chaleco de mala calidad son sus únicos medios para encontrar ese mundo mejor del que les hablan su madre, su padre o sus hermanos. Pero el mar es traicionero y, en ocasiones, han de añadir otro trauma a su ya de por si fragmentada mente infantil habitada por demasiados sótanos oscuros.
Veamos ahora con más detalle.
Los efectos de la guerra y el desplazamiento en los niños refugiados
Organismos, como la International Medical Corps, administraron unas pruebas psicológicas a cerca de 8000 refugiados sirios que se encontraban en la frontera de Jordania hace unos meses. Los resultados fueron los siguientes:
- El 28% de los adultos estaban tan desesperados que se sentían casi paralizados. El 25% declaraba que no deseaba seguir viviendo. El resto, afirmaban que toda la fuerza que les quedaba tenía su origen en la necesidad de ofrecer un futuro a sus hijos.
- Por su parte, los niños que estaban en estos campamentos de refugiados, sufrían migrañas, diarreas, incontinencia urinaria y pesadillas. Síntomas evidentes de un grave estrés postraumático y de dolencias psicosomáticas que sus padres y madres no sabían cómo atender.
- El cuadro clínico de los niños refugiados es casi siempre el mismo: retraimiento, graves trastornos del sueño, depresión y un estrés que les hace revivir hechos traumáticos una y otra vez, hasta el punto de no poder diferenciar lo que es real de lo que no.
Tal y como podemos ver, la salud mental de todas estas personas y en especial de los más pequeños, es algo que va más allá del frío y el hambre. Hablamos de heridas internas que persistirán en la edad adulta, que conformarán un carácter basado en la desesperanza; y no hay nada más desolador que un niño que no recuerde qué es una sonrisa, y que no pueda ver su futuro con esperanza.
Cómo afrontar el apoyo psicológico a los niños refugiados
La sociedad y los ejes de la política internacional son los únicos que pueden dar el primer paso para conformar una solución real y factible a este problema. El apoyo psicológico que se pueda ofrecer a un niño y a sus familias a pie de campamento, no va a tener el suficiente impacto como para conseguir una mejoría a largo plazo.
- Es necesario ofrecerles estabilidad, un entorno protegido, hábitos y una cotidianidad en la cual empezar a sentirse seguros.
- Algo tan esencial como poder acudir a un colegio de nuevo con normalidad e integrarse a unas rutinas, les permitirá poder dejar de preocuparse de sus familias y de ellos mismos. Deben recuperar la “sensación de seguridad y de control” sobre sus propias vidas.
- Una vez cubiertas esas necesidades esenciales, se podría empezar a trabajar con ellos los miedos, sus recuerdos y por supuesto, sus traumas. Estrategias como el dibujo puede ayudarles a canalizar muchos de esos hechos horribles alojados en su mente.
Todos los niños tienen esa cualidad llamada resiliencia, con la cual, poder superar ese pasado de horror. Mediante una adecuada psicoterapia, unida al cariño familiar y a una sociedad capaz de acoger, envolver e integrar, podríamos sin duda ofrecerles una segunda oportunidad. Pero, esto ya es algo de todos.
Esperemos sin duda que la política actual tome rumbos más adecuados, de manera que la gestión de nuestros recursos y los del planeta se enfoque hacia un bienestar global y no a buscar el de cada país, el de cada casa o el de cada individuo de manera competitiva y feroz. Porque el horror no sabe de patrias ni de banderas y el dolor de todas esas familias y de sus niños es una llamada que no deberíamos descuidar.
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