¿Cuántas veces hemos empezado a hacer algo sin ninguna esperanza de poder hacerlo con éxito?, o ¿cuántas nos hemos intentado excusar de antemano al creer que no podremos conseguirlo? “Es que hoy me he levantado con mal pie” o “es demasiado difícil”.
Sin darnos cuenta, de una forma sutil transformamos una dificultad, un factor en contra de nuestro éxito (o de nuestro simple intento) en una incapacidad. Decimos estas frases para justificar que no podremos hacer algo. Y efectivamente, de esta forma, tendemos a no conseguirlo. Y es que existe una sutil pero importante diferencia entre “no poder” y “no ser capaz”.
Cuando hablamos de incapacidad, hablamos de la ausencia de recursos para actuar. Por lo tanto, de la imposibilidad real de hacerlo. En este caso es que no se puede, nadie puede hacerlo. Para verlo más claro, podemos poner el ejemplo de alguien incapaz de andar, y automáticamente pensaremos en alguien en silla de ruedas, con un problema psicomotriz o sin alguna de las dos piernas.
El “poder” como objetivo de nuestros demonios
En primer lugar, con la misma pregunta quizás hayamos dado con la clave del problema. Los retos “difíciles” no son otros que los que sabemos o creemos que no se nos dan bien, los que nos cuesta afrontar, o aquellos que no nos gustan. Por tanto los etiquetamos de difíciles, y mágicamente, esa etiqueta, que podría ayudarnos a medir fuerzas cuando fuese necesario, se transforma en nuestra enemiga, tomando la forma cansancio, miedo, o incapacidad.
No obstante, esto no ocurre siempre. No siempre que sabemos que algo es complicado nos bloqueamos y “optamos” por no ser capaces. La razón por la que solemos llegar a este punto es porque esa etiqueta que empleamos, incide, afecta y ataca directamente a esa parte de nosotros que cree que no puede hacerlo. Esa parte del autoconcepto que aún no está bien asegurado y firme.
Por ejemplo, en el trabajo recibimos una tarea nueva, competencia de un nivel superior al nuestro, como una prueba para acceder a él. La tarea es complicada y conlleva un alto grado de responsabilidad. Bien, el problema es que llevamos poco tiempo en nuestro puesto y aún no tenemos claro que podamos abarcarlo bien. Pero nos encantaría ascender.
Como acabamos de ver, la etiqueta sirve como precipitante del miedo y de la inseguridad latente en nosotros. Si además sumamos factores externos que puedan servirnos como excusa para no intentarlo (en el ejemplo anterior serían cosas como horarios distintos, compañeros de trabajo diferentes o simplemente pocas ganas de ascender), posiblemente tendamos a la parálisis. “Et voilá“, acabamos de cortarnos las alas de forma limpia y elegante.
Al final esta cadena de acontecimientos y pensamientos acaba cerrándose, quedando en algo como:
“Lo intento – No lo consigo porque es muy difícil – Mis dudas acerca de mi capacidad aumentan – Mis miedos al cambio me limitan – Se me quitan las ganas de intentarlo de nuevo – Lo vuelvo a intentar con esta predisposición – Me sale peor porque además sigue siendo muy difícil…”
Y así una y otra vez, hasta que olvidamos la sensación del éxito y del poder.
Formas de salir del círculo del “no poder”
Hemos visto varios factores que influyen definitivamente en el proceso de unión de incapacidad e imposibilidad. Bien, obviamente, es necesario que encontremos la manera de hacerle frente a esos gorilas que nos impiden el acceso al éxito. En el proceso que acabamos de describir hay varios frentes que quedan abiertos para que podamos transformar el “no soy capaz” en “claro que puedo”.
- Competitividad enfocada. Generalmente el concepto de ganar o perder se ha enfocado desde el punto de vista de ganar a alguien o perder contra alguien. De esta forma se generan emociones de superioridad o inferioridad respecto al resto, lo cual acaba en repercusiones negativas.
No obstante, contra quien luchamos realmente es contra nosotros mismos. Contra una mente que tiende a evitar la fatiga inherente a un duro esfuerzo. Con un cuerpo poco acostumbrado a él, o no lo suficientemente preparado. Por tanto, no existe nada malo en intentar vencerle. Esta competitividad nos ayuda a marcar nuevas metas y horizontes.
- Cuestionar los miedos, y desmentir inseguridades. Podemos ver los miedos y las inseguridades como transformaciones monstruosas de frases que en algún momento pensamos.
Por ejemplo, el malestar que nos causaba el ritmo de respiración a la hora de correr, posiblemente se transformó en “no me gusta correr“, lo cual a su vez se convirtió en “no quiero correr”, lo que acabó siendo “no soy bueno corriendo, por lo que será mejor que no tenga que hacerlo delante de nadie”.
No obstante, la única verdad en todo esto era un malestar específico que puede ser mejorado. Intentemos salir de antiguas convicciones y pongámoslas a examen de nuevo.
- Hacer. Hagamos. Lo que sea, todo aquello que esté relacionado con aquello que creemos no poder hacer. Todo lo que nos haga sentir un poquito incómodos y no nos termine de gustar, pero nos encantaría que nos gustase.
Hagámoslo todo a la vez, o gradualmente, pero volvamos a acostumbrar a nuestro cuerpo y mente a trabajar de nuevo. A luchar por el bienestar real en una situación que no nos gusta o en la que no somos felices.
El objetivo de poder
Bueno, una vez hemos conseguido intentarlo, y hemos empezado a romper barreras y límites, posiblemente estemos deseosos de explorar esos nuevos horizontes que se han abierto para nosotros. Si hemos podido una vez, ¿quién dice que no podamos hacerlo de nuevo? Desde aquí, parece ser que la veda está abierta. Parece que todos nuestros límites han sido pulverizados. Pues alto ahí, no nos vayamos a estrellar.
Como decíamos nuestra mente busca el bienestar. Por lo tanto, busca el lugar en el que volver a sentirse a gusto contigo mismo, el lugar en el que no haya que hacer más modificaciones, para poder asentarse y decir algo como: “Bueno, correr no se me da mal. Puedo hacer X tiempo”. Lo cual no suena mal, pero en sí, no es más que otro límite, vestido con piel de capacidad.
Por tanto, si nos parecía que el “poder” tenía poco uso por sí mismo, acabamos de encontrar su auténtico objetivo. El auténtico objetivo del poder,
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no es otro que buscar la nueva barrera. Buscar el siguiente límite de la capacidad.
Hasta que lleguemos al punto en el que la naturaleza nos diga que paremos, pero solo ante este punto. Si es que queremos emprender este camino, claro. Porque al final, todo se trata de una simple elección, y ya sabemos cómo tomarla. Así que, ¿podemos o no podemos? ¿Tenemos límites, o tenemos alas?