Hay películas que no están hechas para gustar, pero que nos proporcionan el gusto de existir. Son películas con una estética de “acero oxidado”, tan duras e hiperrealistas que hacen entrever que la finalidad de su creador nunca fue la de impresionar sino la de concienciar. Y eso siempre impacta.
Evidentemente, cierto tipo de obras, como ciertas comidas, no deben paladearse como algo habitual, pero son tus propios recursos atencionales los que te van a avisar de esto: necesitan días para digerirse y para entenderse.
A pesar de todo esto, lo que nos enseñan nunca puede asemejarse a una ficción de violencia gratuita y sensacionalista, todo lo contrario. Muchas de estas cintas, pese su crudeza, contienen mensajes llenos de contenido social e ideológico, mostrándonos las miserias humanas y los mecanismos que las fomentan. Su idea, que conociéndolos se reproduzcan lo menos posible.
Saló y los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Passolini, 1976)
Posiblemente una de las películas más impactantes de la historia del cine, está inspirada en la degradación ilustrada que nos transmite la lectura del Marqués de Sade, en la herida sangrante del fascismo europeo y los círculos del infierno del poeta Dante. La película refleja de una manera simbólica la brutalidad ejercida en la ciudad italiana de Saló, el ultimo bastión del degradado sueño de Benito Mussolini.
El director de la película es el inolvidable pero también cuestionado Pier Paolo Passolini, declarado homosexual y comunista en una Italia todavía fuertemente represiva. El propio Passolini vivió esta violencia de corte fascista en su hogar, bajo la crianza de un padre autoritario y violento que marcó su carácter y su obra.
El mensaje del director es claro: mostrar cómo el ser humano puede degenerar en algo absolutamente despreciable solo por su afán de poder y por la necesidad -creada socialmente- de superioridad; basada, a su vez, en la aniquilación del otro a través de la más absoluta humillación.
Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2012)
Frente a otras películas, en esta existen dos fenómenos extraordinarios: la interpretación de Tilda Swinton y la elección de los distintos actores en las diversas edades del protagonista, Kevin. La película hace del color rojo y de la angustia existencial de una madre sus aliados infalibles para que resulte una película carismática e inolvidable.
Desde el punto de vista psicológico, la película resulta muy interesante para analizar varios fenómenos: el doble vínculo tan explicado y criticado que exponía el psicoanálisis, la culpabibildad social arrojada sobre una madre por todo aquello que sus hijos hacen o el conflicto interior de una mujer que siente amor por su hijo pero que, al mismo tiempo,siente rechazo hacia él y hacia lo que ha supuesto la experiencia de la maternidad en su vida.
Lilja 4-ever (Lukas Moodyson, 2002)
En ocasiones por mucho que se intente plasmar en un filme la significancia y el encanto de la relación entre dos personas, no se logra la conexión esperada con el público. No sucede con esta película, en la que la relación entre Lilja y su amigo Volodia traspasan pantalla y sensibilidad del espectador de un plumazo.
La película narra la penosa vida de la joven rusa Lilja, abandonada por su madre para mudarse con su novio a Estados Unidos, dejando a su hija en un barrio deprimido en condiciones de absoluto desamparo. La salvaje inocencia de Lilja se verá traicionada a lo largo del filme en numerosas ocasiones, en la que se nos muestra como su existencia deja en principiante al mismísimo Cándido de Voltaire.
Aunque la película sea tremendamente dura y no podamos dejar de empatizar con la desdicha de la protagonista, la historia logra calar de forma dulce y constructiva. La bondad y la autenticidad de Lilja nos transmite que no hay nada más edificador para una persona que contemplar como alguien no logra pervertirse. Lilja pasa a ser una mártir realmente espontánea e inspiradora, generosa a la hora de terminar con el sufrimiento antes de que éste sea destructivo para los demás.
Rompiendo las Olas (Lars Von Trier, 1996)
Entre las películas del director Lars Von Trier, ésta fue la que le encumbró como un auténtico genio de su género: el cine con mayúsculas, militante y artístico a la par. Declarado feminista en reiteradas ocasiones y agrio polemizador antisemita en otras, su agudeza para retratar la riqueza de la psicología de la mujer es lo que conforma la piedra angular de de su obra. Además, es precisamente este acto de valentía y precisión lo que le diferencia de otros directores que se han acercado al mismo tema.
En esta película el director cuenta la historia de una abnegada esposa en el contexto de una Irlanda retrógada que se encuentra ahogada en su propio conservadurismo. A pesar de este agrio contexto, surgen seres especiales y únicos, como el personaje de Bess, que interpreta con gran lucidez Emily Watson. En el filme se retrata a la perfección la vivencia más primitiva del primer amor mezclada con la triste y malentendida abnegación de una esposa a su marido enfermo.
El expreso de Medianoche (Alan Parker, 1978)
Está basada en la historia real de Billy Hayes relatada por él mismo en su autobiografía, aunque en realidad muchos de los hechos relatados en la película no sucedieron en la vida real. El protagonista es apresado en el aeropuerto de Estambul por llevar un paquete de hachís, uno de los peores delitos para la sociedad turca de la época.
Es condenado a una pena de 4 años en una inmunda prisión turca y en la película se narran los sucesos tan lamentables e inhumanos que una persona puede sufrir bajo esas condiciones. Así, detrás de un guión brillante se encuentra el retrato de un sistema carcelario donde no se pretende educar al preso, sino castigarlo hasta la extenuación.
La imagen del protagonista caminando a contracorriente de los devotos y alienados presos es una llamada al compromiso individual cuando el resto de la sociedad está manipulada y, en muchos aspectos, realmente enferma.
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