Probablemente muchos de los lectores hayan intuido en alguna ocasión que la fidelidad o cercanía entre ciertos miembros de la familia impedían que alguien se realizase. Desde la psicología estos códigos tienen un nombre: contratos o lealtades familiares invisibles.
Estos códigos se definen como el conjunto de creencias y de inhibiciones que conforman nuestra manera de considerarnos y de comportarnos respecto a nuestra realidad emocional (tanto la que estamos viviendo como la que “nos permitimos” anhelar”). O sea, en otras palabras: heredamos los problemas de nuestros familiares.
En definitiva, aceptamos ciertas condiciones por miedo a perder el amor, la atención y el favor de nuestros familiares (padres, abuelos, hermanos…). Como es natural, esto responde a un miedo evolutivo, pues nadie quiere ser repudiado en su núcleo.
Contratos emocionales no hablados: un cóctel de expectativas
Los contratos emocionales que se establecen entre los miembros de la familia resultan ser un cóctel de altas y condicionantes expectativas que muchas veces resulta venenoso para la realización de una persona y su planteamiento vital.
Asimismo, cabe destacar que es de suma importancia deshacernos de cada idea preconcebida que nos resulte negativa. La literatura y el cine son claros ejemplos de lo que muchos de nosotros vivimos…
Véase el caso del artista repudiado por una familia que aspiraba a continuar con una estirpe de renombrados médicos. Véase la mujer que cree “que no tiene otra salida” en su vida que casarse con un hombre que la mantenga.
Véase quien no se atreve a mudarse de ciudad por el daño que va a causar a su familia. Véase quien no puede vivir su amor libremente por miedo a represalias. Véase un hijo al que le debe gustar el fútbol. Véase quien quiere estudiar “algo que no tiene futuro”. Véase quien está convencido que la vida no tiene sentido sin su pareja.
Véase las etiquetas “el malo”, “la lista”, “la torpe”, “el guapo”, “la buena”, “la servicial”, “el feo”, “el desprendido”, “la descastada”, “el dependiente”, etc. Véase, véase…
Cuando alguien acude a la consulta, siempre debe caber la posibilidad de que la raíz (no la causa única) de su perturbación se encuentre en esquemas disfuncionales aprendidos desde la infancia en su contexto familiar.Compartir
Por decirlo de otra manera, somos perpetuadores de las carencias de nuestro núcleo, de las creencias y de las expectativas que se nos transmiten. Esto es normal y, como hemos destacado ya, evolutivo. Sin embargo, eso no quita que llegados a cierto punto de nuestra vida, debamos comenzar a cuestionarnos el mundo (démonos cuenta que de pequeños no tenemos desarrollada esta capacidad, pero de adultos sí que podemos explorarla).
“¿Quién soy?”, la pregunta que se responde dialogando
Somos esponjas de creencias y expectativas, lo cual juega en nuestra contra cuando estos contratos o lealtades familiares invisibles resultan negativos para nuestro crecimiento. Esto tiene una consecuencia directa: SOMOS LO QUE VEMOS.
Así habitualmente que no nos planteamos mucho más que dejarnos llevar por la inercia de lo que hemos visto en nuestra casa y lo que nuestros familiares nos han transmitido en relación a todos los órdenes de la vida.Compartir
Por ejemplo muchas veces creemos que las parejas deben ser para toda la vida porque nuestros padres han aguantado de todo y han sacrificado su vida y su felicidad por sus hijos. Así que si en un futuro nos vemos envueltos en una relación disfuncional, probablemente nos cueste ver que no tenemos que someternos a ello.
Es importante que, nos hayamos ya dado cuenta o no de la existencia de estos contratos familiares velados, examinemos quiénes somos y por qué nos hemos acostumbrado a comportarnos de una manera u otra. Así, si consideramos que estamos siendo meros repetidores y que es actitud o creencia no nos hace felices, lo mejor es que nos desprendamos de ello.
Podemos hacerlo escribiendo una carta, escenificando un diálogo o conversando con nosotros mismos de cualquier manera. Esto nos ayudará a liberarnos de las lealtades familiares invisibles que nos atormentan. No obstante, si esto no es suficiente o no nos creemos capaces, es bueno y necesario consultar con un profesional que nos ayude a darle coherencia emocional a lo que nos sucede.