Si miramos hacia atrás, nos daremos cuenta de que nuestro pasado es como una especie de bosque en el que hay un montón de árboles, una enorme cantidad de recuerdos. Recuerdos, que como los árboles del bosque, evolucionan y cambian. Sin embargo, también nos daremos cuenta de que este bosque tienen un límite más cercano en el tiempo que nuestro nacimiento.
Así, la pregunta es, ¿por qué se olvidan los recuerdos de nuestros primeros pasos, nuestra primera papilla o nuestra primera palabra?, ¿realmente alguna vez formamos algo parecido un recuerdo con estos acontecimientos?
Existen muchas respuestas para estas preguntas. La más sencilla, relacionada con la “amnesia infantil” piensa en nuestra memoria como un almacén de capacidad limitada, del que necesariamente tenemos que sacar información para guardar otra nueva. Por otro lado, si lo pensamos, la mayoría de los aprendizajes infantiles importantes para nuestro desarrollo en algún momento del mismo se automatizan. Así, no importa tanto quedarnos con cómo lo aprendimos, sino con qué aprendimos.
Podemos pasarnos horas y horas pensando y tratando de hacer memoria sobre lo que sucedió la primera vez que vimos a nuestros padres, cuando dimos nuestros primeros pasos, la primera ocasión en que comimos solos, pero probablemente nuestro esfuerzo mental será en vano. Esas experiencias que tanto nos han “moldeado” y que sería tan bonito tenerlas presentes… ¡se han ido de nuestra memoria!
Existen diferentes teorías psicológicas para explicar por qué se nos olvidan nuestros primeros años de vida. Una de las más avaladas en los últimos tiempos indica que el almacenamiento de la memoria está influido por el proceso de generación de neuronas.
Considerando que a partir de cierta edad incorporamos muchos conocimientos no sería una idea descabellada pensar que la mente se deshace de las circunstancias que rodearon a aquello que ya sabemos hacer, como caminar, cepillarnos los dientes o comer solos para dejar espacio disponible.
Por otro lado, algunos de estos recuerdos permanecen con nosotros gracias a que los hemos ido refrescando, a que los demás nos los han refrescado y a que probablemente van acompañados de un estado emocional característico.
Recordar la primera infancia… en la niñez
Siguiendo con los datos que nos ofrece un estudio de Canadá, podemos saber que los recuerdos de nuestros primeros años de vida son imposibles de recuperar. ¿Pero eso siempre fue así? En realidad no.
Los científicos de Terranova llegaron a la conclusión de que antes de ir a la escuela (es decir, cuando tenemos como mucho 4 años) podemos recordar todo lo que nos ha sucedido antes, incluso de bebés. Lo malo es que tal y como sucede con un ordenador, la memoria se “formatea” y queda casi vacía.
Esto no quiere decir que dejaremos de hablar, ir al baño sin usar pañales o reconocer a nuestros padres, sino que la mente depura los recuerdos que, según su objetividad, no nos servirán. Por otra parte se cree que a corta edad todavía el cerebro no está lo suficientemente desarrollado como para formar recuerdos sólidos a largo plazo, sino que más bien acumula efímeras imágenes que aparecen como si se tratasen de un sueño.
Los recuerdos que vamos acumulando ocurren posteriormente, a partir de los 7 años, aunque puede que nos acordemos de algún suceso aislado de los 5 o 6 años. Con la eliminación de esas “fotografías” de nuestros primeros años también perdemos una parte muy importante de nuestra infancia.
Esto nos hace llegar a la conclusión que la niñez “psicológica” -la que si podemos recordar- es más tardía que la “real” (aquella de la que sólo podemos saber si consultamos a alguien cercano o bien si miramos una foto o vídeo). La razón de ello, según la Universidad de Atlanta, es que los seres humanos tenemos una manera diferente de almacenar los recuerdos a medida que vamos creciendo.
Otro aspecto importante que podría influir en el almacenamiento de nuestros recuerdos tiene que ver con la formación del yo. Con el hecho de entender nuestra experiencia como única y diferente a la del resto de personas que habitan el planeta, incluidas las más cercanas.
Finalmente, el último aspecto que juega en contra de nuestros recuerdos es el lenguaje. No olvidemos que la adquisición del lenguaje es un proceso gradual y que de alguna manera las palabras, la forma la que nos comunicamos, también tiene una réplica en nuestro cerebro; en él, el lenguaje, guía las conexiones entre nuestros pensamientos y recuerdos.
¿Por qué la mente elimina estos recuerdos?
La llamada “memoria autobiográfica” tiene tres funciones principales y podrían ser una explicación interesante para entender por qué el cerebro borra los recuerdos de la primera infancia. Estas tareas son: permitir nuestra evolución, solucionar los problemas y desarrollar nuestras actitudes. También podríamos tener en cuenta los procesos por los que tenemos que pasar para comprender esta “depuración de contenidos”.
Desde que nacemos hasta los 2 años de edad nos enfocamos en lo sensitivo y lo motriz; entre los 2 y los 7 sucede lo que se conoce como “período preoperacional” que se desarrolla hasta los 12 años y se termina de aprender a los 17 años.
La información que vamos adquiriendo en cada una de estas etapas es eliminada para dejar espacio para la siguiente. O sea, aquello que sabemos a los 2 años le cede su espacio a las nuevas enseñanzas que vendrán hasta los 7 por ejemplo. Aún queda mucho camino por recorrer para saber cuál es el verdadero motivo por el que no nos acordamos nada de cuando éramos bebés y solo tenemos una idea basada en las fotos, los vídeos o las narraciones de nuestros seres queridos.
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