Tenemos 5 años. Hemos pasado toda la tarde en nuestra caseta del jardín con unos amigos que hemos invitado, imaginación incluida. Nos lo hemos pasado pipa. Hemos jugado a los súper-héroes (nos hemos pedido a Superman, claro) y al pilla-pilla. También hemos pintado con nuestras acuarelas y nos hemos manchado un montón. Y encima de todo, ¡hemos encontrado 5 bichos, y yo me he quedado con el que se llamaba Bob! Ha sido un día genial en “Diverlandia”.
¿Recordáis esta tarde?¿No? Quizás una tarde parecida. Fue aquella tarde en la que escribimos por primera en una especie de diario. Mientras cerramos el cuaderno desgastado ya por los años, la imaginación nos lleva a aquellos mundos que solíamos crear, dejándola volar como si no pesase nada, y acabamos descubriéndonos mirando al infinito, perdidos en nuestra mente. Sí, definitivamente, la imaginación aún nos acompaña.
La imaginación nace con nosotros
La imaginación. Ese genio que acompaña a todos los seres humanos desde mucho antes de ese día en el jardín, en el momento en el que las palabras y los nombres comienzan a cobrar sentido para organizar nuestra realidad, cuando el lenguaje empieza a significa conceptos. Es en este momento en el que la imaginación surge, como una realidad paralela, permitiéndonos lecturas, opciones y verdades alternativas.
Pese a que nosotros ya no estemos en ese punto, no nos resulta raro quedarnos maravillados ante la simpleza y la lógica que contienen las respuestas de los niños ante conflictos que a nosotros los adultos nos parecen irresolubles. Respuestas también que nosotros solíamos dar de pequeños, motivadas por ese arma secreta que los mayores, por alguna razón, no tenían.
Actualmente, es posible que no solo nos quedemos asombrados por su simpleza y su lógica, sino por su verdad. Esas respuestas generalmente atajan a la raíz del problema, obviando aspectos más accesorios de los mismos, ante los que nosotros los adultos nos quedamos paralizados.
Pero, ¿cómo hace la imaginación realmente su trabajo?
Queda claro que la imaginación es la mejor de nuestras amigas durante un tiempo crucial de nuestras vidas. Pero, ¿de qué formas concretas (si es que podemos concretar a la imaginación) nos ayuda a desarrollar estos factores? Existe una amplia variedad de formas en la que la imaginación se representa, no obstante, existen dos mecanismos implicados en la mayoría:
- El animismo. Consiste en la capacidad que la imaginación en la mente infantil tiene de atribuir personalidades, gustos, roles e historias a los objetos inanimados. El niño, a través de estas atribuciones, comienza a dar forma a su realidad. Comienza a poner en su lugar los significados y las funciones detrás de esos objetos con los que se familiariza día a día. ¿Nunca habéis visto a ningún niño saludar a una ventana? Mejor dicho, ¿no era vuestro peluche favorito vuestro confidente y amigo más íntimo?
- El juego simbólico. Consiste en el siguiente paso al animismo. En aquella tarde en el jardín del principio, un ejemplo claro está en el “juego de los súper-heroes”. En este tipo de juego, en el que los niños asumen distintos roles, aprenden valores y normas de comportamiento. Vemos entonces como la solidaridad, las normas de comportamiento y el aprendizaje de las conductas sociales vienen de la mano de la imaginación. Además, este tipo de juego puede tomar muchas formas distintas.
En definitiva, ¿cómo podríamos pensar que la tetera más grande es la mamá de las tacitas pequeñas? ¿O lo que pasará si cuando somos súper-fuertes, pegamos a los demás chicos? La imaginación es la protagonista de un mundo mental en el que las respuestas son necesarias, y en esos momentos de crecimiento, aún todo es posible. Podemos ser héroes y villanos, papás o mamás, animales grandes o pequeños o incluso príncipes y princesas.
Y todo, absolutamente todo, está dentro de la mente de pequeñas personitas. Pero demos una vuelta de tuerca. Hemos hablado de lo potente que puede ser la imaginación en la mente del niño, y de lo maravillosa que puede ser para el desarrollo de éste. No obstante, ¿qué pasaría con la imaginación si este niño del que hablamos viviese en un ambiente negativo?
¿Adiós a la imaginación?¿Seguro?
Intuitivamente, pensamos que un niño en circunstancias adversas acabará siendo carne de la desgracia o del infortunio. Que la inocencia y la pureza del niño que imaginamos quedará mellada para siempre, sin posibilidad de recuperación. Miramos con pena y con dolor a niños que intuimos que tendrán un futuro difícil; niños callejeros, refugiados, huérfanos o “traumatizados”. Y esta reacción es absolutamente lógica y humana; no podríamos soportar que esa situación rozase siquiera a nuestros niños.
No obstante, esto nos muestra de nuevo lo alejados que llegamos a estar del mundo infantil, en el que una tetera puede ser mamá, o un súper-puñetazo puede dejarnos sin jugar por lo menos una semana. Olvidamos la potencia sanadora y mediadora que la imaginación puede tener en la mente de un niño.
En momentos de crisis, la imaginación se alía con la capacidad plástica de la mente, bien para normalizar una situación dolorosa, o bien para comprender lo negativo de la misma, y rechazarla con todas sus fuerzas.
En un maltrato por ejemplo, sería maravilloso que el niño tuviese los medios para conocer lo negativo del mismo, pero a la vez crear una realidad en la que él mismo juega, se divierta y tome el rol que desee respecto al maltrato. Que tenga esa pequeña parcela creativa en la que no haya castigos más que los que él imponga, y así vaya construyendo poco a poco su propio esquema de valores.
En definitiva, todo esto parece obvio y teórico, pero la realidad parece siempre ser más sórdida que la imaginación y, por tanto, más dañina. No obstante existen infinidad de casos en los que la imaginación toma un rol clave en el desarrollo y el bienestar de los niños.
Situaciones de pobreza, dolor, pérdida, catástrofe, en las que, si bien nunca tendrán una infancia “normal”, siguen siendo niños. Siguen soñando, jugando, riendo y creando. Siguen transformando realidades grises en paraísos multicolor.
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