La frase “Si amas, sufres. Si no amas, enfermas” es una de las más populares de Sigmund Freud. Está incluida en su “Introducción al narcisismo” y, actualmente, la vemos circular por todas las redes sociales. Muchos piensan que su sentido es romántico, pero la verdad es que se trata del resultado de toda una teoría al respecto.
Sigmund Freud y el psicoanálisis han sido puestos en cuestión en innumerables ocasiones. La crítica más frecuente indica que se trata de un cuerpo teórico “no científico”. Aún así, la mayor parte de la teoría de Freud ha influido en todas las ciencias humanas, incluyendo disciplinas “duras” como la psiquiatría.
“El que cae desde una dicha bien cumplida, poco le importa cuán hondo sea el abismo.”Compartir
Sea como sea, lo cierto es que pocos discuten la importancia del amor en el desarrollo del ser humano. Desde el mismo momento en que abrimos los ojos al mundo sufrimos una carencia: la carencia del otro. No hay manera de de sobrevivir o de crecer, si no existe ese otro que lo haga posible.
El ser humano es, desde siempre y para siempre, un ser necesitado. Carente. Nos habita un vacío imposible de llenar, aunque a veces lleguemos a creer que no es así. Esto se debe a que, desde siempre y para siempre, estamos condenados a una soledad insalvable. Por más que logremos establecer vínculos íntimos y amorosos, la realidad es que nacemos, vivimos y morimos esencialmente solos.
Si amas, sufres
En el amor se ponen en juego múltiples formas de sufrimiento, que van desde el amar y no ser amado, hasta el descubrir que el amor no soluciona todo. Por una o por otra vía, no hay manera de amar sin sufrimiento. ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué el amor no conduce a la felicidad, sin más? ¿No es acaso una posición “masoquista” pensar de esa manera?
El enamoramiento es una especie de “maravillosa cólera”, en la que todos los significados del mundo se alteran temporalmente. Tiene mucho de obsesivo, pero, a la vez, imprime una vitalidad que difícilmente se consigue a través de otras experiencias. El enamoramiento es atroz y, a la vez, delicioso. Está muy bien representado en “El amor en los tiempos del cólera”, en donde se afirma que “los síntomas del amor son muy parecidos a los del cólera”.
Sí. Enamorarse es padecer con placer. Sufrir porque esa persona tarda en llegar, sentir que mueres cuando sospechas que todo puede terminar. Saber que serías capaz de ir al infierno, si es en compañía de esa persona que te robó el corazón. Se alterna la emoción de amar y ser amado con el miedo de perder a quien amas. El entusiasmo por el encuentro, con las dudas insidiosas por los desencuentros.
Una vez termina esa vibrante fase del enamoramiento, vives una especie de duelo al comienzo. “Algo” se fue, “algo” ya no es como antes. Sabes que sigues amando a esa persona, pero también que ese amor tiene límites. Sufres entonces porque tienes que decirle adiós a la ilusión de ese amor romántico y eterno.
Si no amas, enfermas
Cuando una persona tiene dificultades para establecer vínculos de amor con los demás, se vuelve muy vulnerable emocional y mentalmente. El hermetismo, el encierro obsesivo en uno mismo, la dificultad para comunicar a otros lo que uno siente o piensa, son señales de que las cosas no van por buen camino.
El yo enferma. Si solo es importante lo que tenga que ver con uno mismo y hay grandes dificultades para reconocer lo que afecta a los demás, sobran razones para pensar que la persona está atrapada en su propio narcisismo. Pero no se trata de un asunto moral o reprochable éticamente. Se trata más bien de una señal inquietante, que indica que esa persona ha enfermado o va a enfermar.
En los temas de la mente siempre cuenta mucho la cuestión del tiempo. Todos tenemos etapas en las que somos reacios al contacto con otros o fases en las que necesitamos estar a solas con nosotros mismos. Pero, cuando eso se convierte en un patrón relativamente permanente, hay problemas. El principal de ellos es que mientras que la cara es el narcicismo, el sello es un fuerte desapego a la vida y una inclinación a todo aquello que representa la muerte.
Es como si uno se enfermara de uno mismo. Ese excesivo enfoque en el propio yo, más tarde o más temprano, se traduce en angustia, en obsesión. También se traduce en una vida poco productiva y con muy poco significado. O en un esquema en el que los demás son solo instrumentos, cosas que sirven a nuestros propósitos. En esas condiciones, cada vez se aleja más de nosotros la posibilidad de alcanzar algo que todos buscamos: alcanzar la paz interior.
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