Hay etapas de la vida en la que no queremos o no nos apetece demasiado tener relaciones sexuales. No es que nuestro deseo por mantener relaciones haya desaparecido por completo, simplemente nuestra mente está en otro lado, estamos demasiado cansados o el único momento libre que tenemos en el día lo queremos dedicar a otra cosa.
Hasta cierto punto es normal que esto suceda, ¿quién no ha querido alguna vez terminar pronto la sesión nocturna de juegos con la pareja para poder echarse a dormir después de un duro día de trabajo? El ritmo de vida rápido y estresante que llevamos hace que muchas veces estemos demasiado cansados para dedicarle tiempo a este tipo de cuestiones.
Sin embargo, ¿cuál es el punto en el que no tener ganas de tener relaciones sexuales pasa de ser normal a ser un problema? ¿Por qué puede ocurrir esto? ¿Deberíamos hacer algo para fomentar el deseo o este aparece cuando menos lo buscamos?
Para entender lo que una persona con falta de deseo experimenta te propongo que intentes evocar la sensación de tener el estómago lleno. Imagina que acabas de hacer una comida copiosa. Te sientes satisfecha y no tienes hambre, sin embargo, te ofrecen de postre una tarta deliciosa. Tiene buena pinta y sabes que si empiezas a comer, aunque sea sin ganas, acabarás satisfecha, pero aun así no te apetece demasiado y si fuera por ti no la habrías pedido.
Algo parecido ocurre en esta situación que equivale a la sensación de estar llena permanentemente. La persona con deseo sexual hipoactivo no quiere o no necesita tener relaciones sexuales y esto le ocasiona un problema y discusiones en su vida diaria.
Las personas que acuden a consulta expresando esta queja suelen hacerlo porque su pareja no está satisfecha con el sexo y esto ocasiona problemas en la relación.Compartir
Al contrario de lo que se podría pensar, el funcionamiento sexual de las personas con deseo sexual hipoactivo es totalmente normal. La mayoría de ellas pueden excitarse y alcanzar el orgasmo con facilidad, sin embargo, el foco de la cuestión está en la falta de deseo de la persona y el poco interés que muestra por el sexo.
Ningún género se libra de la falta de deseo
Existe la idea generalizada de pensar que la falta de deseo es algo que afecta exclusivamente a las mujeres, y que, como suele decirse “el hombre siempre tiene ganas”. Esto es un mito muy extendido y que poco concuerda con la realidad.
El interés por la actividad sexual es reducido, las fantasías o pensamientos sexuales o eróticos están ausentes y habitualmente no son receptivas a los intentos de la pareja por iniciar la relación sexual.Compartir
Las causas de la falta de deseo
La falta de deseo no es algo simple y que pueda explicarse por una sola causa. Esta puede estar relacionada con diferentes factores como, por ejemplo, el momento vital que vivimos, nuestro estado de ánimo o la educación que hemos recibido.
Con la edad, es normal que exista una disminución del deseo, físicamente nuestro cuerpo cambia y no es el mismo a los veinte que a los sesenta años, por eso los niveles de deseo serán distintos dependiendo del momento de la vida en el que nos encontremos.
La relación de pareja también es un factor muy importante. Normalmente la satisfacción con la relación sexual suele ser un indicador de cómo está nuestra vida de pareja. Cuando discutimos en exceso, pasamos momentos de crisis o simplemente llevamos mucho tiempo con la misma persona el deseo, y por tanto el sexo, se resiente y puede ser motivo de discusión generando así más tensión.
La ansiedad, el estrés o la tristeza afectan de forma considerable al deseo disminuyéndolo cuando la persona está pasando por dificultades en su vida.Compartir
La falta de deseo puede darse junto a otros problemas sexuales, por ejemplo, en las mujeres puede existir junto con dolor durante la relación sexual, mientras que en el hombre puede aparecer junto con problemas de erección o eyaculación. Esto también influirá sobre la cantidad y calidad de nuestra actividad sexual.
La educación que hayamos recibido y las creencias que tengamos sobre como tenemos que vivir el deseo influyen en nuestra forma de vivir la sexualidad. No es lo mismo pensar que desear ardientemente a alguien es inmoral y reprobable a pensar que el deseo es algo normal y que tenemos el derecho de disfrutar libremente.
La causa y la solución van de la mano
Dependiendo de qué es lo que subyace a la falta de deseo se deberá poner énfasis en trabajar un aspecto u otro. Cuando hay importantes problemas en la pareja será la comunicación y la mejora de la relación lo que cobrará especial importancia. Si por el contrario, se trata de un nivel de estrés elevado, se tratará de adquirir herramientas para que este no invada nuestros espacios de intimidad.
Lo esencial no es aumentar el número de relaciones sexuales o tener orgasmos más potentes y ruidosos, sino que la persona y la pareja disfruten y se sientan satisfechos con su vida sexual.Compartir
Como hemos dicho uno de las causas principales es el ritmo de vida y el estrés que padecemos en nuestras vidas. La mayoría de las veces no se dedica el tiempo suficiente a pensar en fantasías o consumir material erótico, por tanto, para aumentar el deseo conviene aumentar el número de pensamientos o la cantidad de tiempo dedicada al sexo.
Puede ser útil focalizar nuestra atención en estímulos eróticos que normalmente pasamos por alto o centrarnos en las sensaciones estimulantes de nuestro propio cuerpo cuando las experimentamos. Disfrutar de literatura erótica o de cine en el que aparezcan escenas sugerentes puede ser esa pimienta que encienda la llama. Como te decimos, todo es probar, ponerte en marcha.
Seguramente no te valdrán todos estos estímulos, pero ir probando puede ser un juego divertido cuando se hace en ausencia de presión y simplemente por el placer de descubrir. Además, puedes hacerlo de manera individual o acompañada, las dos formas puedes ser muy interesantes.
Puedes tomarlo como un juego, por ejemplo, cuando camines por la calle fíjate en los demás y evalúalos del 1 al 10 según su atractivo, céntrate en lo que más te guste de esa persona y deja volar tu imaginación.
No se trata de comer a la fuerza, ya que podría crearnos indigestión, sino de fijarse en la comida de los escaparates, de pensar en si te comerías la tarta con nata o con chocolate, de experimentar y jugar mentalmente con ella para que el hambre, o en nuestro caso el deseo, surja gracias a nuestras propias acciones.
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