No merece la pena. No sostengas lo que se quiere caer, no alimentes de sueños y esperanzas aquello que ya está roto, que se tambalea y que ya no te sostiene. Es de sabios asumirlo y de valientes saber reaccionar a tiempo, porque quien no desea ver la realidad y se enfunda cada día con su venda y su armadura, al final queda vacío, hueco de ilusiones y de autoestima.
Sabemos que en los últimos tiempos una buena parte de la psicología se ha orientado a ofrecernos estrategias adecuada para alcanzar muchos de nuestros sueños y objetivos Hemos aprendido qué es el pensamiento positivo, la autoeficacia, la motivación, la confianza en uno mismo… Ahora bien, pero ¿qué ocurre cuando una parte de esas cosas alcanzadas se empiezan a derrumbar?
Hay cosas que ya no se sostienen, amores que son en blanco y negro y esperanzas marchitas que nos aferramos en mantener. No es lo adecuado, debes dejar ir lo que por sí mismo, ya se quiere caer… Aunque duela.Compartir
Lo creamos o no, el crecimiento personal requiere también ser hábil a la hora de intuir qué batallas ya no merecen la pena ser libradas, qué puertas deben cerrarse y qué aspectos de nuestra vida es mejor dejar caer. Hoy queremos reflexionar contigo sobre este tema, y proponerte además el recordar una serie de estrategias con las cuales afrontar de un modo más adecuado estas situaciones complicadas.
Falsas esperanzas y esperanzas sanadoras
Estamos acostumbrados a concebir la palabra esperanza como una dimensión reconfortante y alentadora. Es como una palmada en la espalda en días de dudas, como un abrazo en tiempos de angustia y una taza de chocolate en tardes de lágrimas. Sin embargo, más que una emoción positiva, la esperanza es también una dinámica cognitiva a tener en cuenta.
En esta dimensión subyacen muchas de esas interpretaciones que hacemos sobre todo lo que nos rodea, ya sea acertado o no. En nuestras esperanzas del día a día habitan también esquemas de pensamiento, atribuciones y valoraciones personales. La esperanza es quien nos dice aquello de “aguanta un poco más y verás como todo se soluciona” o eso otro de “seguro que al final se da cuenta de que es a mí a quien quiere de verdad”.
La esperanza sanadora, en contraposición a la falsa esperanza, es aquella donde no hay resistencia. Es ella quien nos permite ver las cosas con mayor claridad y madurez, siendo conscientes de lo que ya no es posible, y donde además, nos invita a avistar también el horizonte y la dulce promesa de que lo que hoy hemos perdido, mañana puede sanar. Porque ninguna derrota es el final, sino el comienzo de algo diferente.
Cómo dejar caer lo que no se sostiene
Nadie deja caer nada sin antes haber luchado por ello. Todo lo que se ama o se valora requiere grandes actos de coraje, inversión personal y más de una renuncia. No obstante, todo tiene un límite, y esa barrera infranqueable a la que nunca deberíamos renunciar es sin duda nuestra autoestima, nuestra identidad, nuestro equilibrio emocional.
Y entonces, sin saber cómo, llega un día en que todo cambia, en que dejamos ir los miedos, en que cae lo que era caduco y doloroso para dar paso a una nueva realidad satinada de paz interior y bienestar…Compartir
Tal y como nos indica Brian Tracy, uno más de esos gurús de la psicología motivacional actualmente, “uno nunca obtendrá lo que quiere en la vida si se limita solo a esperar a que las cosas cambien, si se limita en exclusiva, a alimentar las falsas esperanzas”. Es una forma de caer en el sutil abismo del sufrimiento.
Para evitar estas situaciones, te proponemos que tengas en cuenta una serie de estrategias, con las cuales, abrir los ojos a la esperanza sanadora, la que sabe mirar más allá para avanzar.
Aprender a aceptar la realidad de lo que ocurre en nuestro entorno
Existe un libro muy interesante titulado “Amar lo que es”, de Byron Katie. En sus páginas nos enseña el valor de saber aceptar las realidades que acontecen a nuestro alrededor, ya sean a nivel afectivo, laboral o personal. No se trataría en absoluto de resignarnos, sino de ser capaces de amarnos a nosotros mismos para seguir avanzando y propiciar así, nuevos y mejores cambios acordes a lo que merecemos.
- Las personas, lo creamos o no, tenemos un “radar” interno que nos indica cuando algo no va bien. No obstante, en ocasiones no queremos verlo porque ello supondría tener que hacer frente a algo para lo que no estamos preparados: una ruptura, un cambio…
- Debemos ver ese malestar, esa infelicidad como una invitación clara y directa hacia el movimiento, hacia la acción, evitando ante todo alimentar las falsas esperanzas. Hay que tener en cuenta que cuando dicho malestar se vuelve crónico, deja de ser un estímulo para teñirnos de negatividad. De sufrimiento.
Lo que quiere caer, lo hará por sí mismo tarde o temprano. Aplazar lo inevitable es una forma de tortura que no deberíamos propiciar, porque al fin y al cabo, renunciar no siempre es un acto de debilidad, al contrario, decir adiós a tiempo es el reflejo de alguien lo suficientemente fuerte y valiente como para dejar ir.
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