La Carta de Calcuta cita en la página 3 un texto de san Juan Crisóstomo, que recuerda la relación inalienable entre la Eucaristía y la solidaridad con los más desheredados:
«¿Quieres honrar el cuerpo del Salvador? Aquel que dijo: Este es mi cuerpo, es el mismo que dijo: Me habéis visto hambriento y me disteis de comer. Lo que no habéis hecho por los más humildes, es a mí a quien habéis rechazado. Honra, pues, a Cristo, compartiendo tus bienes con los pobres.» (Homilía 50 sobre Mateo)
¿Quién era aquel que el Oriente cristiano llamaba «Boca de Oro» por sus dones poéticos expresados en la oración? ¿Qué aspectos de su vida pueden animarnos todavía hoy?
La vida de Juan tiene tres líneas maestras: una capacidad excepcional para explicar la buena noticia de Cristo con la pasión y las palabras de la cultura de su tiempo; un fuerte acento puesto en las implicaciones sociales del Evangelio; un esfuerzo para embellecer la oración común y para transmitir la reflexión teológica bajo una forma poética.
Juan nació en Antioquia, en la actual Turquía, de una familia aristocrática. Muy marcado por la fe de su madre, estudió la Escritura bajo la dirección de maestros de la escuela de Antioquía, que intentaban traducir el pensamiento bíblico a las categorías del pensamiento griego, sin perder por ello el sentido original.
Apartándose rápidamente de su madre que quería mantenerlo junto a ella como «monje a domicilio», fue a la montaña y comenzó una vida de oración solitaria rompiendo totalmente con la sociedad. Irrumpió en su vida una crisis de conciencia: ¿habrá que huir de los problemas de la sociedad para mantener la pureza de la adhesión al Evangelio, o bien ir al mundo para transmitir el amor de Cristo «amigo de los hombres», como le gustaba repetir?
Eligió finalmente salir de su ruptura brutal con el mundo, y regresó a Antioquía donde fue ordenado sacerdote en 386. Se convierte en una celebridad por su capacidad de aproximar el texto bíblico a la vida de la gente y sus preguntas. A veces podía hablar hasta dos horas seguidas entre las aclamaciones y los aplausos del pueblo. Como respuesta al lujo y a la ociosidad de los ricos, subraya la importancia de la comunidad de bienes, del trabajo, la necesidad de la liberación de los esclavos. Llamó al compartir individual y colectivo (imaginó incluso un plan para abolir la miseria en Antioquía). La solidaridad, más que la obra de una buena conciencia, es para él un sacramento, el signo de la presencia real de Cristo en nuestro mundo. Comentando a menudo la frase de Jesús: «Lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis», concluye que el pobre es «otro Cristo» y que el «sacramento del altar» debe prolongarse «en la calle» a través del «sacramento del hermano».
En 397, debido a sus talentos de orador y muy a pesar suyo, Juan es elegido arzobispo de la capital del Imperio de Oriente. En Constantinopla, atento al pueblo, multiplica los hospitales y los centros de acogida, anuncia la Buena Noticia en los campos, e incluso a los godos que se instalaron en la región.
Adopta opciones políticas con gran coraje, oponiéndose al ministro que quería abolir el derecho de asilo, a quien más tarde protegerá de los motines cuando, al caer en desgracia, buscaba refugio en la basílica. Trata de que el alto clero sea más humilde y recuerda a la corte imperial las exigencias del Evangelio.
Es demasiado para sus enemigos. Estos se alían en su contra en 404, lo exilian en Armenia. Allí resiste tres años bajo libertad vigilada. Sin embargo, su correspondencia, la afluencia de visitantes, entre ellos muchos de Antioquía, inquieta al poder que lo deportará más lejos, a orillas del mar Negro. Largo y extenuante camino hecho a pie. En Comana, agotado, se prepara para morir. Se viste de blanco, comulga, reza por quienes le rodean y expira diciendo: «Gloria a Dios por todo».
Algunas preguntas para dejar que la vida de Juan haga eco en la nuestra:
Su vocación exigió que no siempre respondiera a los deseos de su madre: ¿debo yo también ir a veces en contra de lo que algunas personas esperan de mí?
Sobre el «sacramento del hermano»: ¿qué lugar tienen los demás y sus necesidades en mi vida?
Su compromiso monástico fue vivido finalmente en medio de la sociedad: ¿qué compromiso tengo en la sociedad? ¿Cuál es el lugar de los cristianos en la vida política de un país hoy? ¿Es necesario a veces, en nombre de la fe en Cristo, resistir al poder o a la moda?"
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Comentario de la Comunidad Ecuménica de Taizé
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