Socialismo utópico (1ª)
Socialismo utópico es una expresión que designa un conjunto heterogéneo de doctrinas de reforma social, previas al auge del marxismo y el anarquismo, que surgieron a comienzos del siglo XIX como respuesta a los serios problemas que acarreaba el triunfo del industrialismo y el liberalismo en Europa.
Los representantes más destacados de esta corriente son Robert Owen en Inglaterra, y Henri de Saint-Simon, Charles Fourier y Étienn Cabet en Francia. Algunos rasgos comunes se pueden encontrar también en las corrientes insurreccionalistas de Graco Babeuf, Filippo Buonarroti y Auguste Blanqui.
Las diferentes corrientes del socialismo utópico se disolvieron o se fueron integrando al vasto movimiento socialista hegemonizado desde la Asociación Internacional de Trabajadores (1864-1876) por las ideas de Marx y Bakunin. Pero dejaron una impronta significativa, en particular en el cooperativismo, la socialdemocracia, el hippismo, el capitalismo estatista, el ecologismo, el feminismo, las ecoaldeas y el cristianismo social.
Definición
La expresión «socialismo utópico» fue acuñada por Federico Engels en Del socialismo utópico al socialismo científico, uno de los libros más leídos del socialismo en las últimas décadas del siglo XIX. Esa expresión no era nueva, pero anteriormente se había usado en forma polémica, como acusación de un grupo contra otro, mientras que Engels realiza a la vez una operación histórica y una caracterización ideológica: los reivindica como orígenes del socialismo, los impugna por proponer un ideal irrealizable y los agrupa y homogeneíza a todos como un momento previo al “socialismo científico”, que sería su superación dialéctica. En este sentido, Engels populariza la expresión “socialismo utópico” con un valor negativo.
El socialismo utópico es sobre todo identificado por la voluntad de concebir comunidades ideales, organizadas según principios democráticos y cuyas relaciones se fundan en la equidad. Desconectadas de una visión lineal del progreso donde surgirían, estas comunidades podían ser tanto proyectos más o menos cerrados para desarrollar de manera contemporánea, como los falansterios de Fourier, o bien podían estar ubicadas en un futuro más o menos mediato, como un ideal social dotado de algún grado de perfección. Lejos de representar modelos pragmáticos, en ambos casos se observa cierta asociación de las relaciones sociales surgidas bajo el utopismo con un modelo de perfección social que proviene de una cosmovisión trascendental y filosófica, tal como en la Civitas Dei de Campanella.
Antecedentes del socialismo utópico
Hasta el siglo XIX, el utopismo estuvo confinado a elucubraciones filosóficas o literarias. Se puede comenzar en la concepción del paraíso perdido, en la Biblia cristiana, hasta la Edad de Oro en la mitología griega y romana. Pero a menudo se señala a La República, de Platón, como el primer planteo literario-filosófico de una comunidad ideal.
Ya hacia el Renacimiento, Tomás Moro escribe su famosa novela Utopía (1516), que inventa el término que nombrará a esta corriente del socialismo. Otras utopías literarias son La ciudad del sol (1602), de Tommaso Campanella; Código de la naturaleza (1755), de Morelly; Foción (1763), de Gabriel Bonnot de Mably.
Cuando el momento de auge del socialismo utópico había sido superado, volvió a frecuentarse el género de la utopía literaria. Se pueden citar Looking backward (1884), de Edward Bellamy, conocida en castellano como El año 2000; News from nowhere o Noticias de ninguna parte (1890), de William Morris; La ciudad anarquista americana (1914), de Pierre Quiroule; Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista (1908), de Julio Dittrich, entre otros.
Charles Fourier y el falansterio
Charles Fourier desarrolló durante la década de 1820 su propuesta de crear establecimientos agrario-industriales que convocaran a unas 1.600 personas, alojadas en un edificio especialmente diseñado al efecto, que trabajarían las tierras circundantes y compartirían las ganancias de las ventas. La comunidad garantizaría los servicios generales y todos trabajarían, incluso los niños, pero el trabajo no sería penoso sino atractivo. Los miembros del falansterio elegirían las labores que más les gustaran, ninguna tarea duraría más de dos horas, pero la jornada laboral sería muy extensa. Fourier era un defensor del “trabajo atractivo”, idea que desarrolló más tarde Pierre-Joseph Proudhon.
En la concepción de Fourier, el falansterio se crearía con inversiones privadas, a las cuales se les devolvería el dinero prestado sin intereses. A su vez, los miembros del falansterio cobrarían un salario por las tareas realizadas, pero éstas no tendrían todas la misma remuneración. Por otra parte, el talento sería recompensado especialmente. Se armaba de esa forma el triángulo de intereses que planteaba Fourier: el capital, el talento y el trabajo.
El hecho de compartir las ganancias del producto, sin que un capitalista o un financista se reservara para sí la mayoría de los ingresos, haría que el conjunto del falansterio ganara mucho más dinero que cualquier empresario, pues el prorrateo de las inversiones y el ahorro producido por la socialización de los servicios individuales (comida, vestimenta, vivienda) acrecentaría enormemente las ganancias: la verdadera industria atractiva daría cuatro veces más ganancias que la “falsa industria”. De esa forma, según Fourier, un solo falansterio podría actuar como ejemplo y los capitalistas, paulatinamente, invertirían más en nuevos falansterios que en emprendimientos particulares. Así, en pocos años, el mundo entero estaría dominado por la asociación económica.
Fourier desarrolló una clasificación de los períodos de la historia. El siglo XIX era la “civilización”. Cuando proliferaran los falansterios se llegaría al “garantísmo”. Pero más allá, cuando los falansterios no compitieran ya con el capital individual, el mundo llegaría a la “armonía”, sociedad ideal donde todos serían libres, tanto desde el punto de vista económico y legal como cultural y sexual.
(Continúa 2ª parte)