La respuesta que buscas, tal vez no exista. Tal vez la pregunta, incluso, sea innecesaria. El pensamiento que buscaba salida, tal vez no haya ni entrado.
Y al fin paras.
Das ese paso que te saca de tu ruido mental a ese lugar donde habita el silencio.
Tu silencio que es un callarse los méritos, callarse las dudas, callar la amargura y los ‘tengo que hacer’. Tu silencio que es una salida de la angustia y una entrada en la observación despegada.
En un silencio profundo, tus manos sienten la sensación física del aire que toca.
En un silencio veraz, tu dolor puede ser observado y desarmado.
En un silencio auténtico, tu alegría puede mostrarse propia y no casual.
En un silencio audaz, puedes observar el mágico desplegar de los milagros con naturalidad.
Cuando entras en ese silencio, las respuestas aparecen y se desvanecen, las respuestas generan nuevas preguntas, las preguntas se responden a sí mismas, y más preguntas encuentran respuesta antes de ser formuladas.
Cuando tu alma se acomoda en el silencio, el tiempo comprende la eternidad, el espacio acepta su infinitud y tu ser se amolda al certero instante presente donde el amor es tu única esencia posible.