Rima XLIII
Dejé la luz a un lado, y en el borde de la revuelta cama me senté, mudo, sombrío, la pupila inmóvil clavada en la pared.
¿Qué tiempo estuve así? No sé; al dejarme la embriaguez horrible del dolor, expiraba la luz y en mis balcones reía al sol.
Ni sé tampoco en tan horribles horas en qué pensaba o qué pasó por mí; sólo recuerdo que lloré y maldije, y que en aquella noche envejecí.
Gustavo Adolfo Bécquer
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