Yo la he visto, Virgencita, como temblaba en tus dedos la batista blanca y fina de tu pañuelo. Como en süave caricia venía a besarla el viento y dejaba entre su trama la fragancia de su beso. Yo he visto como guardaba un suspiro de tu pecho, la batista blanca y fina de tu pañuelo, y un tulipán de su trono, con cáliz de terciopelo, anhelando aquel suspiro lloraba de sentimiento. Yo he visto cómo una lágrima la esperaba con deseos, la batista blanca y fina de tu pañuelo; mientras un clavel sangraba por sus pétalos abiertos el aroma de su vida para llevarte consuelo. Yo tenía mucha envidia de las caricias del viento, del tulipán de tu trono y de aquel clavel abierto, porque los tres me llevaban todo cuanto había puesto en la tela blanca y fina
de tu pañuelo.
Federico Acosta Noriega
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