X
El faisán
Dijo sus secretos el faisán de oro: En el gabinete mi blanco tesoro, de sus claras risas el divino coro,
las bellas figuras de los gobelinos, los cristales llenos de aromados vinos, las rosas francesas en los vasos chinos.
(Las rosas francesas, porque fue allá en Francia donde en el retiro de la dulce estancia esas frescas rosas dieron su fragancia.)
La cena esperaba. Quitadas las vendas, iban mil amores de flechas tremendas en aquella noche de Carnestolendas.
La careta negra se quitó la niña, y tras el preludio de una alegre riña apuró mi boca vino de su viña.
Vino de la viña de la boca loca, que hace arder el beso, que el mordisco invoca. ¡Oh los blancos dientes de la loca boca!
En su boca ardiente yo bebí los vinos, y, pinzas rosadas, sus dedos divinos me dieron las fresas y los langostinos.
Yo la vestimenta de Pierrot tenía, y aunque me alegraba y aunque me reía, moraba en mi alma la melancolía.
La carnavalesca noche luminosa dio a mi triste espíritu la mujer hermosa, sus ojos de fuego, sus labios de rosa.
Y en el gabinete del café galante ella se encontraba con su nuevo amante, peregrino pálido de un país distante.
Llegaban los ecos de vagos cantares y se despedían de sus azahares miles de purezas en los bulevares.
Y cuando el champaña me cantó su canto, por una ventana vi que un negro manto de nube, de Febo cubría el encanto.
Y dije a la amada un día: ¿No viste de pronto ponerse la noche tan triste? ¿Acaso la Reina de luz ya no existe?
Ella me miraba. Y el faisán cubierto de plumas de oro: «¡Pierrot, ten por cierto que tu fiel amada, que la Luna ha muerto!»
Rubén Darío
|