Memorias del circo
Los circos trashumantes, de lamido perrillo
enciclopedico y desacreditados elefantes, me
enseñaron la comica friolera y las magnas
tragedias hilarantes.
El aeronauta previo, colgado de los dedos de
los pies, era un bravo cosmografo al reves que
se subia hasta asomarse al polo norte, o al
polo sur, tambien tenia cuestiones personales
con eolo.
Irrumpia el payaso como una estridencia
ambigua, y era a un tiempo manicomio
niñez, golpe contuso, pesadilla y licencia.
Amabanlo los niños porque salia de una
bodega magica de azucares.
Su faz solo era tragica por dos lagrimas
sendas de carmin.
Su polvosa apariencia toleraba tenerlo por
muy limpio o por muy sucio, y un conico
bonete era la gloria inestable y procaz
de su occipucio.
El payaso tocaba a la amazona y la hallaba de
almendra, a jusgar por la mimica fehaciente
de toda su persona cuando llevaba el dedo
temerario hasta la lengua cinica y glotona.
Un dia en que el payasi dio a probar su rostro de
amazona al ejemplar señor governador de aquel
estado, comprendi lo que es poder ejecutivo
aturrullado.
¡Oh remoto payaso en el umbral de mi infancia
derecha y de mis virtudes recien nacidas yo no
puedo tener una sospecha de amazona y almendras
prohibidas!
Estal almendras raudas hechas de terciopelos y
de trinos que no nos dejan ni tocar sus caudas.
Los adioses baldios a las augustas Evas redivas
que niegan la migaja, pero incultan en nuestra
sangre briosa una patetica mendicidad de
almendras figitivas.
Habia una menuda cuadrumana de enaguilla de cefiro
que cabalgando en el redonel con azoros de humana
vencia los obstaculos de enquina y los aviesos aros
de papel.
Y cuando a la erudita cavilacion de Darwin
obscena, la avisada monita se quedaba serena
como ante un espejismo, despreocupada
lastimosamente de su desmantelado transformismo.
La niña Bell cantaba: ' Soy la paloma errante'
y de botellas y de cascabeles surgia un abundante
surtidor de sonidos acuaticos para la sed acuatica
de papas aburridos nodriza inverecunda y prole
gemebunda.
¡ Oh memoria de circo!
Tu que te vas adelgazando en el frecuente sincope
del laton sin compas, en la apesadumbrada
somnolencia del gas, en el talento necio del
domador aquel que molestaba a los leones
hartos y en el viudo ocilar del trapecio.
Ramon Lopez Velarde