Patios populares / El reino de la maceta
El patio señorial, con sus fuentes, pórticos y mármoles, es una herencia de los romanos, fundadores de Córdoba, mientras que el patio popular, encalado, umbroso y de planta más irregular, tiene reminiscencias árabes. Ambos modelos perviven en el casco antiguo de Córdoba, y propician la vida hacia dentro, especialmente cuando constituyen un acogedor refugio contra el calor, gracias al agradable microclima que proporcionan las plantas y la humedad. Son los patios como salones de estar al aire libre propicios para la tertulia, arropada por el aroma de sus plantas bienolientes.
Pero el patio popular de casa de vecinos ha ido a menos en las últimas décadas. Así, de los 250 patios populares participantes en el concurso municipal a lo largo del último medio siglo perviven menos de la mitad. La mayoría de ellos han sucumbido a la piqueta para dar paso a nuevas viviendas con mejores condiciones de habitabilidad; una indudable conquista social. No hay que perder de vista que el patio popular de casa de vecinos, tan promocionado por los concursos y las postales turísticas, encubría unas condiciones de vida tercermundistas bajo su oropel de cal y flores, y que el tipismo esplendoroso que mostraba por mayo ocultaba una pobreza menestral de habitación húmeda, cocina común y wáter compartido. Nada parecido al encanto, que sólo pervive en las pintorescas descripciones de los viajeros románticos.
Algunos de ellos han salvado, no obstante, su esencia y su apariencia, reconvertidos en patios de casas ya unifamiliares con mejores condiciones de habitabilidad, y dan vida a muchas de sus abnegadas cuidadoras, que no los cambiarían por un piso confortable. Otros se aferran al modelo en nuevas construcciones, aun a costa de perder algunos rasgos tradicionales, como cambiar el incómodo empedrado por el pavimento de gres, suplantar el pozo comunal por el surtidor de piedra artificial o sustituir el engorroso riego manual por el goteo.
Mientras el concurso de patios aguante, adaptándose a los nuevos tiempos y costumbres, siempre constituirá una ocasión propicia para, desmarcándose de la invasión turística, buscar en el listado los patios populares genuinos que aún mantienen el tipo en barrios de tradición como San Lorenzo, San Agustín o el Alcázar Viejo.
En la profundidad de San Lorenzo, calle San Juan de Palomares 11, pervive el patio más premiado del concurso, que en la vecindad se conoce como “el patio de Josefita”, por Josefa González, que con más de ochenta años cuidaba las flores ayudada por su nuera, Josefa Gómez Tirado, que habita en la casa desde que en 1943 contrajese matrimonio con Antonio Amo, hijo de Josefita. Y de su suegra heredó el amor a las flores y el gusto por vivir en un patio.
El patio más premiado es hondo y rectangular. Tres alcorques se abren en el suelo empedrado de cantos rodados, desgastados por las pisadas de cuatro generaciones; uno acoge el pacífico de vistosas flores rojas y amarillas, en otro verdea un bonetero, y en el tercero crece la robusta palmera, cuya copa regala acogedora sombra. La austera tapia medianera está punteada de macetas y arropada por plantas trepadoras que crecen en los arriates como el jazmín, la gardenia, la dama de noche, el joven laurel y las buganvillas, que despliegan su gama tricolor de rosa, fucsia y salmón. Al fondo del patio se abren las habitaciones de la casa, una de ellas la salita, con sus muros forrados de placas y diplomas que testimonian la cosecha de premios obtenidos.
Pero el rincón más hermoso y fotografiado es el que surge a la izquierda de la entrada: el porche, la escueta escalera que sube a la galería cubierta, y el ángulo que cobija la vieja pila y el pozo, que aún sigue abasteciendo de agua para el riego. El azul añil que reviste macetas, canalones y balaustrada forma un armonioso contraste con la cal y las plantas. Nadie se ha parado a contar las macetas del patio, entre las que predominan los geranios y las gitanillas, pero su riego lleva tres horas. Cuando en 1943 Josefa Gómez se instaló en la casa la compartían cuatro familias emparentadas. Hoy vive sola, con la fiel compañía de su pero Loby y las frecuentes visitas de sus hijos, feliz en su patio, conjunción de luz, agua y flora jardinera. “En los días de calor te sientas en tu hamaca y estás en la gloria”, confiesa Josefa, que no cambia su casa por nada.
El alcalde Antonio Cruz Conde, que en los años cincuenta recuperó el Concurso Popular de Patios Cordobeses y creó el Festival de los Patios, pretendió convertirlos en el eje genuino de las fiestas. “A mi juicio –confiesa en el libro Memorias de Córdoba–, irse a las afueras a montar unas casetas donde bailar y tomar copas me parecía un poco disparatado teniendo los patios (...) Yo pensaba que lo lógico era que fuese en los patios donde se divirtiese la gente, así que quise potenciar aquello, pero he de confesar que no cuajó, en gran parte porque han ido desapareciendo”.
Textos: Francisco Solano Márquez