Noche primera
Noche vasta y hermosa.
Ni Salomón ni las joyerías más célebres de este mundo, podrán lucir jamás una pedrería, un vestido, un diamante más fino que este movimiento de inútiles estrellas.
Constelaciones giratorias danzan luminosas en torno a la Blancura que, como un racimo de nieve, pende de marítimos soles galácticos: Cruz del Sur, Hidra, Orión titilan cerca de la Distancia Pura.
La confusión de este mundo, la confusión de esta parte del mundo, la confusión de esta aldea, de estas gentes, mi propia confusión.
Qué poco nos es menester. Propietarios de la apariencia, qué poco nos es menester. Qué modo de dudar de lo Posible, en el estrecho absoluto de la gana.
Qué soberbia confianza en lo útil, en lo que importa nada, en el afán que genera la indigencia o la mera tristeza.
Qué manera de creer en el Mercado libre de ataduras, en ese desorden que impide llegar hasta los bienes, en el precio que no descansa en el valor, en esta sórdida manera de ser ricos.
Qué modo de extraviarnos en la mínima vastedad de la Nada, de la Necesidad, ese reino gris, Chestov, destructor de toda inocencia, creador de toda idolatría que sofoca Lo Mejor, Lo Simple, Lo Más Puro Inútil y que aniquila la gratuidad misma de esta noche.
Qué desperdicio esta noche, Merton. este insorportable campamento de estrellas gratis, toda esta majada de ovejas.
Qué inútil este rebaño fuera de la ley, tu orden cósmico, Heráclito, algo así como desperdicios echados al voleo que como faros inexorablemente lentos, y sin prisa, viajan hacia la sencillez del Universo.
Ulula el viento.
Y una nieve metafísica obstruye mi tubo de respiración.
Juan Pablo Riveros
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