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Himno a las estrellas
A vosotras, estrellas, alza el vuelo mi pluma temerosa, del piélago de luz ricas centellas; lumbres que enciende triste y dolorosa a las exequias del difunto día, güérfana de su luz, la noche fría;
ejército de oro, que por campañas de zafir marchando, guardáis el trono del eterno coro con diversas escuadras militando; Argos divino de cristal y fuego, por cuyos ojos vela el mundo ciego;
señas esclarecidas que, con llama parlera y elocuente, por el mudo silencio repartidas, a la sombra servís de voz ardiente; pompa que da la noche a sus vestidos, letras de luz, misterios encendidos;
de la tiniebla triste preciosas joyas, y del sueño helado galas, que en competencia del sol viste; espías del amante recatado, fuentes de luz para animar el suelo, flores lucientes del jardín del cielo,
vosotras, de la luna familia relumbrante, ninfas claras, cuyos pasos arrastran la Fortuna, con cuyos movimientos muda caras, árbitros de la paz y de la guerra, que, en ausencia del sol, regís la tierra;
vosotras, de la suerte dispensadoras, luces tutelares que dais la vida, que acercáis la muerte, mudando de semblante, de lugares; llamas, que habláis con doctos movimientos, cuyos trémulos rayos son acentos;
vosotras, que, enojadas, a la sed de los surcos y sembrados la bebida negáis, o ya abrasadas dais en ceniza el pasto a los ganados, y si miráis benignas y clementes, el cielo es labrador para las gentes;
vosotras, cuyas leyes guarda observante el tiempo en toda parte, amenazas de príncipes y reyes, si os aborta Saturno, Jove o Marte; ya fijas vais, o ya llevéis delante por lúbricos caminos greña errante,
si amasteis en la vida y ya en el firmamento estáis clavadas, pues la pena de amor nunca se olvida, y aun suspiráis en signos transformadas, con Amarilis, ninfa la más bella, estrellas, ordenad que tenga estrella.
Si entre vosotras una miró sobre su parto y nacimiento y della se encargó desde la cuna, dispensando su acción, su movimiento, pedidla, estrellas, a cualquier que sea, que la incline siquiera a que me vea.
Yo, en tanto, desatado en humo, rico aliento de Pancaya, haré que, peregrino y abrasado, en busca vuestra por los aires vaya; recataré del sol la lira mía y empezaré a cantar muriendo el día.
Las tenebrosas aves, que el silencio embarazan con gemido, volando torpes y cantando graves, más agüeros que tonos al oído, para adular mis ansias y mis penas, ya mis musas serán, ya mis sirenas.
Francisco de Quevedo
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