Bella dama sin piedad
Se deslizaba por las galerías.
No la vi. Llegué tarde, como todos, y alcancé nada más la lentitud púrpura de la cauda; la atmósfera vibrante de aria recién cantada.
Ella no. Y era más que plenitud su ausencia y era más que esponsales y era más que semilla en que madura el tiempo: esperanza o nostalgia.
Sueña, no está. Imagina, no es. Recuerda, se sustituye, inventa, se anticipa, dice adiós o mañana.
Si sonríe, sonríe desde lejos, desde lo que será su memoria, y saluda desde Su antepasado pálido por la muerte.
Porque no es el cisne. Porque si la señalas señalas una sombra en la pupila profunda de los lagos y del esquife sólo la estela y de la nube el testimonio del poder del viento.
Presencia prometida, evocada. Presencia posible del instante en que cuaja el cristal, en que se manifiesta el corazón del fuego.
El vacío que habita se llama eternidad.
Rosario Castellanos
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