La gitanilla
Maravillosamente danzaba.
Los diamantes negros de sus pupilas vertían su destello; era bello su rostro, era un rostro tan bello como el de las gitanas de Miguel Cervantes.
Ornábase con rojos claveles detonantes la redondez obscura del casco del cabello, y la cabeza, firme sobre el bronce del cuello, tenía la pátina de las horas errantes.
Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras las vagas aventuras y las errantes horas, volaban los fandangos, daba el clavel fragancia;
la gitana, embriagada de lujuria y cariño, sintió cómo caía dentro de su corpiño el bello luis de oro del artista de Francia.
Rubén Darío
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