Recódita espiral
Aérea faz de roca construida, suspendida en la noche de la infancia. Recuerdas idolátricos perfiles de inarmónica danza.
¿Eres diáfana sombra o luz caída, anticipada muerte rescatada, perímetro de ausencia o invadida forma de realidad acumulada?
Entre muros de angustia vacilante y estatuas calcinadas húndese el horizonte de mi frente en colérica sal desparramada. ¿Cuál fragmento de espejo se quedó con mi cara? El sueño gira lenta, lentamente, repitiendo sin voz una palabra:
Espiral, espiral, flor infinita... ¡Cuántas estrellas desprendidas, cuántas!
No interrogues al cardo, no te asomes al río, no llames al secreto.
¿Has oído cantar la tierra húmeda bajo tu corazón? ¿Has visto la tormenta crecer y hacerse múltiple en las alas del árbol? ¿Has palpado el amor en el recóndito ruiseñor de los huesos?
Mira subir la lluvia por los tallos y retornar el cielo. Elévate en los pétalos azules, en las trémulas manos de las hojas, en la cifra total de los sentidos. La ascensión te reclama las raíces, la sombra, la garganta, los cabellos. ¡Líbrate, rompe todo, desángrate, agoniza! pero no te ciña el pensamiento.
Los corales del tacto, los corales. Los caminos del viento...
Una sola palabra de tus ojos despertará la muerte que perdió tu mirada, la muerte que circunda tu contorno de niebla, la que habita detrás de cada párpado en las cuencas de todas las preguntas que anidaron las fieras subterráneas.
Crece, silencio. Crece con los barcos, con el fuego y el mar y la distancia; trasciende los lamentos impotentes de las últimas playas. Crece el cielo más alto del amor sin sonrisa, sin rostro, sin espejo, sin arena, sin agua...
Aurora Reyes
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