Códice del olvido
Penumbra de órbitas azules trajo mirada de barro, de madera, de humo. Acá, desde la tierra piel amada descubrí los espejos de opuestas diagonales en la geometría dualidad del principio.
Verte fue comprenderlo todo; los iniciales reinos del asombro, la noche giratoria danzar medusa y liquen y caracol y grito, el áspero latido de la roca y el vértigo, el polvo... y el olvido.
Viaja mi amor los filtros de la vida y proyecta la esfera de frutos cardinales, la herencia vegetal de la semilla abierta en rosas de diamante y fuego, por la estrella que adivinó su casa, por el ídolo niño, bisexuado y eterno.
Exactamente la mirada del éxtasis presidiendo el milagro del verbo en movimiento, rodando por los siglos del ritmo de la piedra a devorar la manzana iluminada, cifrada de serpientes ¡más allá de infierno y paraíso!
Te reconocería entre los muertos por el cauce anterior a la memoria, por el signo perdido en la espiral onírica que siempre se repite y culmina en sílaba redonda.
Dime en la dimensión de este sueño quién eres en mi sombra, en la clara pupila de mi sangre, en la luz que conduce los hilos del misterio: ¿El sentido indivisible? ¿Lo que sostiene y rompe el equilibrio? ¿La caótica ola del destino? ¿La inasible potencia que enlaza muerte y nacimiento?
Entrego a ti los nombres que la infancia dibujara en el cielo, el sitio que reclaman los sentidos en el orden de los elementos, la posesión del mundo de la magia, el dinámico cero del principio y la desnuda verdad del esqueleto que forja lo perpetuo y cultiva el aéreo licor de la esperanza; porque desde el olvido el amor testifica las antiguas moradas del prodigio.
Aurora Reyes
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