Guitarra de taberna, arrinconada sin traste ni cordal en tu armadura, que no hay nadie que abrace tu cintura a la compaña de una voz templada
Yo sé muy bien que en la oquedad callada de tu canoro vientre aún perdura el olvidado son, la partitura de una canción de amor desesperada.
En tu oscuro brocal tiembla el lamento, la resignada nota retenida, el arpegio varado en tu instrumento.
¡Ay guitarra gitana, adormecida, qué saben del prodigio de ese tiento clavado entre los surcos de tu herida!
Vicente Fernández-Cortés |