Cuando Farida alcanzó la edad de casarse, Abdelmalik concertó su matrimonio con Ayman ibn Yusuf, uno de los principales arquitectos de la nueva mezquita que se estaba construyendo en la ciudad. Ayman era de buena familia, contaba con el favor del califa y tenía ante él un magnífico futuro que le proporcionaría fama y riquezas. Farida y él formarían una pareja perfecta. Serían la envidia de Córdoba.
Se fijó la fecha del enlace para la primera luna llena de primavera y se hicieron los preparativos para las fiestas a las que asistiría incluso el mismísimo califa. Abdelmalik sabía que, después de ese matrimonio, podría morirse tranquilo, porque su hija tendría el futuro asegurado.
Pero el futuro que Alá tenía reservado para ambos era muy diferente. Apenas quince días antes de la boda, Farida decidió no cumplir el compromiso y se casó con Remi, un oficial de la corte del que estaba enamorada. La boda se celebró a toda prisa, para que su padre no pudiera evitarlo. Tan grande fue el disgusto y la vergúenza por la traición que sintió Abdelmalik, que murió al cabo de unos días. Poco después, ocurrió que, una noche, los recién casados se encontraban en su casa celebrando un banquete. Como de costumbre, Farida llevaba puesto su maravilloso collar de perlas para que lo admirasen todos los invitados. De repente, se les apareció el espíritu de Abdelmalik, enfurecido y sediento de venganza:
—¡Eras lo que más quería en el mundo, y me traicionaste! —dijo el espíritu a Farida—. ¿Por qué no me dijiste que amabas a otro hombre? De haberlo sabido, no habria concertado tu matrimonio con Ayman. Pero me mentiste, aceptaste casarte a sabiendas de que no lo harías, e hiciste que mi palabra valiera menos que la arena del desierto.
—Lo siento, padre —fue lo único que acertó a decir Farida, aterrorizada ante la visión del fantasma y abrazada a su esposo—. ¿Qué quieres que haga? —¡Ahora es demasiado tarde! —rugió el espectro—. Ofendí a Ayman, manché el nombre de nuestra familia, y Abderramán me retiró su favor por tu culpa. ¡Ahora tú pagarés por tu pecado!
Y mientras pronunciaba estas palabras, el espectro arrancó el alma de Farida de su cuerpo, y Rami se encontró de inmediato abrazando a un cadáver.
El alma de Farida fue encerrada, junto con su collar de perlas, en una cueva inaccesible cerca de Córdoba que a partir de entonces fue conocida como la cueva de la Dama Triste, de donde solo salia unas pocas horas al año, durante la noche de la primera luna llena de primavera.
Para vigilar que se cumpliera el castigo, el padre de Farida puso de guardián al fantasma de un enorme guerrero negro, tan negro como la perla del collar.
Durante mucho tiempo, corrieron por Córdoba historias y rumores sobre el espectro de una hermosa dama triste con un collar de perlas que paseaba por el monte una noche al año y desaparecía al amanecer. Nunca atacaba ni se mostraba agresiva con los que se topaban con ella; al contrario, en cuanto veía a algún intruso, bajaba la cabeza y se escabullia entre las sombras de la noche, dejando tras de si un aire frío que atravesaba el cuerpo de los que la contemplaban.