Nos metemos en un jardín (bueno, en muchos) para descubrir que en ellos no solo florecen las plantas, también el arte. Bustos romanos y griegos sobre peanas, esculturas contemporáneas de colores fuertes y formas caprichosas, se fusionan con la vegetación y convierten estos vergeles en galerías de arte.
Ya en la Antigua Grecia y en el Imperio Romano se desarrollan jardines formales con estructuras simétricas y setos recortados, en los que elementos decorativos no vegetales, como estatuas, columnas y bustos, cobran gran importancia. Esas pautas sirven de inspiración para espacios actuales, en los que el arte clásico queda integrado en el paisaje.
El trazado del jardín se estudia para guiar los pasos hasta la obra de arte, que se convierte en el centro de atención, gracias a sus dimensiones y al color como elemento en contraste con la vegetación. En este proyecto en Madrid, el paisajista Jesús Moraime colocó una escultura en vibrante rojo, de Corberó, entre matas de espliego y lavanda.