María Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick nació en pleno centro histórico de Granada el 5 de mayo de 1826 y pocos podrían haber imaginado en aquel momento que Eugenia de Montijo llegaría a ser la emperatriz de los franceses.
Sus padres, Manuela Kirkpatrick y Don Cipriano, condes de Teba, eran muy dispares. Por un lado a su madre le gustaba aparentar, se negaba a vivir de manera austera. Decidida a brillar en su pequeño círculo social, no dudaba en gastar dinero y gran parte de su vida vivió ahogada por sus deudas. Su padre, por el contrario, era un hombre despegado de las opulencias de la corte que le gustaba disfrutar de la vida al aire libre. Desde niña, Eugenia mostró gran complicidad con su padre, con quien montaba a caballo casi diariamente, dormía al raso en las noches de verano y frecuentaba el ambiente gitano de Albaicín.
Cuatro años después de la muerte sin sucesión del conde de Montijo, hermano mayor de Don Cipriano, el título recayó sobre su hermano menor, convirtiéndose así en Grande de España y heredando una gran fortuna. A partir de ese momento, doña Manuela se acostumbró a una vida pomposa llena de lujos y riquezas que la volverían aún más petulante.
Con el inicio de las guerras Carlistas, Manuela y sus dos hijas tuvieron que viajar a Francia para exiliarse debido a que el cabeza de familia respaldaba la política de Napoleón. La separación de su amado padre fue un hecho que marcó profundamente a la pequeña Eugenia. «Querido papá, ninguna de nosotras ha muerto, hecho afortunado. Pero somos bastante infelices lejos de ti. Durante el viaje pensaba en ti y no tenía miedo», le escribió nada más llegar París. Una carta que recoge Cristina Morató en su libro «Reinas Malditas».
Vida en París
Una vez en París, su madre siguiendo su estilo, inscribió a sus dos hijas en la escuela más cara de la capital y una de las de mayor reputación para educar a los jóvenes de la alta sociedad francesa. Durante unos años Eugenia y su hermana Paca se codearon con los hijos de las personas más influyentes de la época. Algo que desagradaba profundamente a la más pequeña que, acostumbrada a vivir al aire libre y en la libertad del campo, nunca se adaptaría a la rígida disciplina ni a su ambiente elitista. Eugenia siempre fue una niña revoltosa, independiente y fantasiosa que tenía otras aspiraciones en su vida, muy alejadas de los planes de futuro que su madre tenía pensado para ella y para su hermana mayor.