Cada dos de diciembre, en la iglesia del convento de Santa Inés de Sevilla, se expone el cuerpo incorrupto de la que fuera su primera madre abadesa. Una mujer cuya historia está mezclada con la leyenda. María Coronel, que así se llama nuestra protagonista, vivió la cruenta guerra civil entre el rey Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara. Su familia y la de su marido se vieron envueltas en las luchas dinásticas y sufrieron dramáticas consecuencias. María perdió a muchos de sus seres queridos y sufrió el acoso del rey Pedro, llamado el Cruel. Desesperada por huir de las garras lascivas del monarca, no dudó en terminar con el origen de aquel acoso, su belleza. María se desfiguró el rostro con agua hirviendo. El rey no la volvió a molestar.
María Fernández Coronel nació en Sevilla en 1334. Era hija de Alfonso Fernández Coronel, miembro del consejo privado de Alfonso XI, y su esposa Doña Elvira. María era la mayor de tres hermanas. Tanto ella como Aldonza y Mayor, tuvieron casamientos de conveniencia según demandaba el linaje familiar.
El marido escogido para ella fue Juan de la Cerda, miembro de una de las casas aristocráticas más antiguas del solar hispano y descendiente de reyes.
Cuando se inició el conflicto dinástico entre Pedro y Enrique, la familia de María, tanto su padre como su esposo, se vieron en una situación complicada. Sus familias habían apoyado la relación del rey Alfonso XI y su amante Leonor de Guzmán, madre de Enrique de Trastámara, algo que Pedro, hijo de Alfonso y la reina legítima, María de Portugal, no perdonó.
Así, su familia fue perdiendo señoríos y poder en la corte. Hasta que perdieron también la vida. Muerto su padre, María Coronel se presentó ante el rey Pedro a suplicar el perdón de su marido. Conocido por su pasión por las mujeres, el rey Cruel, quien ya había poseído a su hermana Aldonza, quedó prendado de la belleza de María. El monarca le prometió que perdonaría la vida a Juan de la Cerda pero en cuanto llegó a Sevilla, este ya había sido ejecutado.
María se refugió entonces en el convento de Santa Clara de Sevilla hasta donde se personó Pedro en su busca. En el primer intento, las monjas escondieron a María en un sepulcro vacío que ocultaron con unas tablas. Según la leyenda, en el breve tiempo que la viuda de De la Cerda permaneció escondida, los caballeros del rey no pudieron encontrarla. Pedro I no se rindió y volvió a intentar traspasar los muros del convento y poseer a la hermosa dama. María, en su desesperación, corrió a las cocinas y se lanzó sobre el rostro una gran olla con agua hirviendo. Deformado su antes bello rostro, el rey Pedro tuvo que darse por vencido.
En marzo de 1369 tenía lugar el famoso duelo cuerpo a cuerpo entre los hermanastros Pedro y Enrique. La balanza del destino se inclinó del lado del Trastámara quien se proclamó rey como Enrique II e inició una de las dinastías reales más famosas de la historia de España.