Jesús amó como nosotros amamos, y sufrió como nosotros sufrimos. Sintió hambre, sed, cansancio, sueño, como los sentimos nosotros. Tuvo anhelos y deseos como nosotros los tenemos. Experimentó el miedo y la angustia, como nosotros los experimentamos; en fin. Los evangelistas no tuvieron ningún reparo en constatarlo con total claridad:
“A la mañana temprano, mientras regresaba a la ciudad, Jesús tuvo hambre. Al ver una higuera cerca del camino, se acercó a ella, pero no encontró más que hojas.” (Mateo 21, 18-19)
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