Lucrecia Borgia
Bella, culta y refinada, Lucrecia fue ante todo un peón al servicio de las ambiciones de su padre, el papa Alejandro VI, y su temible hermano César, que la implicaron en la agitada política italiana. El 18 de abril de 1480, el cardenal Rodrigo Borgia convocó en su mansión de Roma a unos astrólogos para conocer el porvenir de una recién nacida. La niña se llamaba Lucrecia y su madre era Vannozza Cattanei, una bella romana casada por entonces con el caballero milanés Giorgio San Croce. El verdadero padre, sin embargo, era el propio cardenal Borgia, de quien Vannozza era la concubina preferida desde hacía años. Los astrólogos vaticinaron un futuro memorable para la pequeña, y lo cierto es que no se equivocaron; Lucrecia llegaría a ser tan célebre y tan controvertida como los demás miembros de la familia que dominó la capital de la Cristiandad a finales del siglo XV. El cardenal Borgia confió su educación a la joven viuda Adriana Orsini, su prima y confidente, que introdujo a Lucrecia en el conocimiento de las artes más cultas y refinadas. Con Adriana aprendió latín, griego, italiano, castellano y francés, así como música, canto y dibujo, pero también a moverse en los ambientes cortesanos más refinados. Desde luego, Lucrecia no era una joven como las demás. Y aún menos desde el 26 de agosto de 1492, cuando su padre fue elegido papa con el nombre de Alejandro VI. Desde ese momento, Lucrecia se convirtió rápidamente en objeto de deseo para las principales familias italianas, deseosas de emparentarse con la hija del propio titular del trono de San Pedro. Su propuesta de unir a Lucrecia con Giovanni Sforza, pariente suyo y de su hermano el duque de Milán, Ludovico el Moro, fue aceptada por los Borgia, que consiguieron, así, un poderoso aliado en el norte y centro de Italia. Sin embargo, la suerte del joven matrimonio se truncó rápidamente. Los Borgia iniciaron entonces un largo proceso para justificar la nulidad del matrimonio. Se adujo que la relación había sido estéril eincluso Lucrecia declaró que no habían llegado a consumarla. En diciembre de 1494, dos miembros de la curia cardenalicia confirmaron que Lucrecia era virgen, pues Giovanni «era impotente por completo y de naturaleza frígida». Lucrecia se retiró entonces al convento de San Sixto, en Roma. Un nuevo enlace matrimonial puso fin a su reclusión. En esta ocasión, el elegido fue Alfonso de Aragón. Este enlace debía facilitar el de su hermano César con Carlota de Aragón, hija de monarca napolitano, adversario de Francia. El propio Alejandro se trasladó a Nápoles para certificar la alianza con este reino. Pero las cosas pronto se torcieron. El matrimonio de César con la primogénita de la casa napolitana se frustró, y él viró su política ciento ochenta grados para acercarse a la órbita del rey de Francia, Luis XII. El 6 de enero de 1502, Lucrecia partía de Roma en dirección a Ferrara. El papa Borgia, su padre, le decía estas palabras al despedirse: «Harás más por mi estando lejos, que lo que hubieras podido hacer hallándote en Roma». El papa Alejandro VI fallecía el 18 de agosto de 1503 a los 73 años tras unas terribles fiebres contraídas en la residencia campestre del cardenal Adriano da Corneto. La fatal desgracia no afectó la posición de Lucrecia en Ferrara. Además de formar una de las cortes más refinadas del Renacimiento, Lucrecia se ganó la estima de sus súbditos. A su muerte, el 14 de junio de 1519, tras un complicado parto, la imagen que se tenía de Lucrecia en los territorios italianos y europeos era la personificación de la lujuria y la perversión