Estimado Presidente Duque,
Espero que se encuentre muy bien en compañía de todos los suyos,
y que el asunto del asador haya llegado a buen término,
como la propia carne con la que lo estrenaron.
Dios mediante así haya sido.
No sabía si redactar esta misiva, pero el inspirador ejemplo de Juan Guaidó –
con acento en la última letra, no lo olvidemos más, por favor– me animó a hacerlo.
Sucede que lo observo a usted, y que observo al refrescante líder venezolano,
y detecto de inmediato a dos próceres gemelos: el mismo brillo de esperanza
en la mirada, idéntica juventud dispuesta a cambiar el mundo; parecida
asunción al poder, advenediza y súbita.Para colmo de semejanzas,
cada uno gobierna un país en que nadie sabe a ciencia cierta quién
es el presidente; un país que parece tener dos presidentes.
Sin embargo, noto con preocupación que ese destino común tiende ahora a bifurcarse:
y que mientras a Guaidó la historia le reserva una gloria del tamaño
de Carlos Vives, de seguir este camino, la suya alcanzará las dimensiones,
póngale, de un Lucas Arnau. Para decirlo en términos que comprenda.
Sí, presidente Duque. Mientras el señor Guaidó conduce a su patria hacia
el futuro, el Gobierno que usted preside corre el riesgo de catapultar
al nuestro hacia atrás, apalancado en la malsana obediencia al Presidente Eterno.
Y esa es mi solicitud. Y la solicitud de los abajo firmantes.
Presidente Duque: siga el ejemplo de Juan Guaidó. Autoproclámese presidente
de la república de Colombia.
Emancípese usted también: libérese de obediencias y ataduras.
Y adelante un gobierno humanitario que nos permita recuperar la esperanza en el futuro.
No me cabe duda de que, tras su grito de independencia, varios países lo
reconocerán a usted, y no al doctor Uribe, como el verdadero presidente de Colombia;
y el propio jefe de la Fuerza Aérea Colombiana, a través de un video casero,
le brindará su apoyo, y desatará un efecto dominó en la cúpula militar
que jurará lealtad a usted también, por encima del Presidente Eterno.
Doctor Duque: tiene usted 42 años. Pero de nada sirve la juventud si no se ejerce:
¿qué vale ser ungido con la dignidad más alta, si es para permitir el regreso a décadas superadas?
No lo podemos negar: desde hace algunos días al Presidente Eterno se le
nota la rienda. Aboga por licencias para que los civiles anden armados;
organiza redes de cooperantes; incide para que se irrespeten los protocolos
internacionales. Y adelanta una agenda de guerra en la cual se siente en su salsa:
como costillita en barbacoa, para decirlo en términos que comprenda.
La notoria mano del doctor Uribe en su gobierno hizo que, súbitamente,
nos despertáramos de nuevo en los años noventa. No sería raro que el senador
proponga una moción para que emitan de nuevo Las Juanas en RCN,
o Mauricio Mendoza saque el calendario ‘Sueños del 91’, ya no con el
protagonismo de la Mencha, sino de Natalia Bedoya.
El asunto es que nuestra generación merece que quien la representa en
el Palacio de Nariño nos lleve hacia el futuro, no hacia el pretérito. Y si,
en cabeza de Guaidó, los hermanos venezolanos lo están intentando
con gran dignidad, ¿por qué nosotros no, mi querido señor?
Abra, pues, la senda de un nuevo gobierno, independiente y constitucional,
sin temor a represalias. Devuelva los parafiscales del fondo ganadero a
donde corresponden; desvínculese de la mermelada a la que ha tenido
que sucumbir por presiones de partido; desnombre al hermano de Paloma
Valencia como cónsul en Miami; ofrézcale a Claudia Ortiz un puesto en el
que de verdad tenga experiencia: consejera para certificar experiencia
académica en notarías, por ejemplo. Nombre como director de Memoria
Histórica, no a un troll de las redes sociales, sino a un historiador respetado
por todos (¿Juan Esteban Constaín? ¿Jorge Orlando Melo?); adelante una
agenda que, en lugar de regresarnos a la guerra, nos permita superarla
del todo. Y conviértase, por fin, en el presidente de Colombia.
Llegó el momento de que se declare digno y soberano; de que ingrese a los libros
de historia como prócer de una nueva independencia, esta vez la suya propia:
su figura heroica merece brillar al lado de nuestros padres fundadores, de Bolívar,
de Santander, de –lo concederíamos- George Washington, como ejemplo
del hombre que se nos liberó ya no del yugo español, sino del más subyugante aún del Patrón Eterno.
Señor presidente: en sus hombros reposa nuestra esperanza. Conviértase en el
presidente encargado que necesita la patria, y garantice un sosegado tránsito
democrático hasta que se convoquen nuevas elecciones en tres años y medio.
Sea el presidente que recordaremos por sus goles: el Emilio Butragueño que utiliza
la cabeza para pensar. Para decirlo en términos que me entienda.
Fuente Revista Semana.com