Dicen que Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos, un general impecable egresado de West Point, héroe de guerra, se negó a recibir a Fidel Castro,
quien en 1960 llegó a Washington luego de haber derrocado a Fulgencio Batista y tomado el poder con menos de mil hombres, sin disparar un tiro,
porque desconfiaba de sus barbas, de su uniforme verde oliva y de su grupo guerrillero. No pensó que durara mucho,
pues los presidentes cubanos se elegían con el beneplácito de Estados Unidos. Lo ignoró
Castro quien a la sazón no era comunista, a diferencia de su hermano Raúl y del Che Guevara, y que quería establecer una relación amistosa pero
independiente con los norteamericanos que habían dominado la economía y la política en Cuba desde principios del siglo, decidió entonces
buscar el apoyo de la Unión Soviética para garantizar la independencia de la isla de Norteamérica, colocando con esa decisión a Cuba en la primera plana de la actualidad internacional.
Eisenhower comprende tarde su equivocación y monta la invasión de Bahía Cochinos, en la cual la CIA entrenó a 1.300 cubanos para que
fueran una punta de lanza que permitiera luego la invasión norteamericana. Kennedy hereda esos planes, los ejecuta a pedazos y todo le sale mal.
Luego de ese fracaso llegan a Cuba cerca de 45.000 soldados soviéticos y los famosos misiles nucleares, que desatan una crisis internacional
entre los dos grandes poderes mundiales; esta se resuelve sin la intervención de Castro, un convidado de piedra en el proceso, y termina con
la retirada de los misiles de Cuba, el establecimiento del embargo comercial que todavía dura, la retirada de los misiles norteamericanos de
Turquía, la garantía de no invasión a la isla y según se rumora, el asesinato de Kennedy. Y el régimen sigue tan campante hasta hoy.
Esta historia sirve para ilustrar el papel crucial que entran a jugar pequeños países que por sí mismos poco significan en el contexto mundial.
Cuba que había pasado de ser una colonia española a un protectorado norteamericano de hecho, se vuelve presa de las potencias.
Es ser ese escenario de confrontación lo que le da su estatura mundial. El resultado de la jugada política de Castro con la garantía de
no invasión norteamericana le permite sobrevivir malamente por decenios. Al no haber tropas ni armas soviéticas en su territorio
Cuba deja de tener importancia estratégica para Estados Unidos. Cuando desaparece la Unión Soviética, menos.
Trump no descartó una invasión militar desde Colombia
en presencia de Duque, que no ha hecho sino insistir en una solución diplomática,
como si fuera otro convidado de piedra.
Como la vida se repite en círculos y el comportamiento de los imperios es siempre igual, ahora vuelve casi como comedia el mismo acto:
Estados Unidos, con o sin la ayuda de sus aliados, sugiere una intervención militar en Venezuela, no tanto para restaurar la democracia,
pues la lista de los gobiernos dictatoriales que ha apoyado es muy larga, sino para conjurar de raíz la posibilidad de una presencia militar
de Rusia o China en Latinoamérica. Sin mucha sutileza como quedó demostrado al no descartar una invasión militar desde Colombia
en la presencia misma del presidente Iván Duque, que no ha hecho sino insistir en una solución diplomática, como si fuera otro convidado de piedra.
Así que el poco valor estratégico de los países sin mayor poderío militar es el mismo para Venezuela que para Colombia. Países peso pluma.
A no ser que se vuelvan escenario de una confrontación entre las potencias. Y la arrogancia imperial la misma. Trátese de Eisenhower,
pulcro y contenido, o de Trump, que es la negación de la diplomacia y pone en evidencia algo que
es muy destructivo en las relaciones humanas y entre países: los estragos de la sinceridad.
Algo va de que haya una presencia económica muy sobresaliente de China en el continente en países como Brasil y la propia Venezuela,
a que se cree la idea de que la dictadura de Nicolás Maduro está soportada en el poderío militar de aliados poderosos y lejanos como Rusia
y China, que podrían salir a defenderla. (Aunque no falta el analista cínico que diga que solo les interesan las deudas y que haya quien las pague).
Los veintitantos barcos cargados con los misiles nucleares rusos con destino a Cuba, pasaron por el Mediterráneo y el estrecho
de Gibraltar, por las narices de todo el mundo. Es altamente improbable que algo así suceda de nuevo, pero es un riesgo que el Departamento
de Estado Norteamericano no va a correr. Ya están escaldados. No parece que la súbita defensa de la restauración
de la democracia en Venezuela en boca de un vocero tan locuaz como Trump, tenga otra explicación.
Cuando se escucha la actualidad internacional en los noticieros ingleses, franceses, españoles y norteamericanos, interesados sobre
todo en la suerte nunca fácil de sus antiguas colonias, no cabe menos que pensar en la suerte de no hacer parte de esas noticas que
no son otras que las guerras civiles, religiosas, tribales, la corrupción política, el narcotráfico, las infamias del despotismo.
Mejor no estar allí. Y es inevitable sentir un escalofrío cuando esos noticieros registran por primera vez un acto protocolario como
la visita de un presidente de Colombia a la Casa Blanca, solo porque husmean que hay allí el preámbulo
de una guerra, en donde nosotros, peso pluma, estamos a merced de los poderosos.
OPINIÓN