Como cabía esperar, la visita de Donald Trump a Londres es un acontecimiento nada convencional, se mire por donde se mire. Desde el punto de vista protocolario es un esperpento: su anfitriona nacional, Theresa May, es un cadáver político y el la desprecia criticando abiertamente su gestión. No van a celebrar ni un encuentro de trabajo. Su anfitrión local, el alcalde Sadiq Khan, se sumó a la ola de protestas contra este huésped y Trump le llama públicamente tonto y perdedor absoluto y se burla de su baja estatura.
Desde el punto de vista diplomático, Trump atropello las reglas internacionales más elementales al entrar como un elefante en una cacharrería en la política interior británica, con un respaldo sin pudor al brexit duro, como un emperador de gira por sus colonias que da las instrucciones pertinentes en lenguaje claro y directo: Hay que ir a por él no acuerdo bajo el liderazgo de Boris Johnson y dando el sitio que merece a Farage, esto es lo que dijo, y no se deben pagar los 40 mil millones de euros pactados como factura de salida.
Veremos si mañana, en la celebración del 75 aniversario del Día D, Trump sabe estar a la conmemoración o nos regala alguna otra perla. Lo mismo le da por ridiculizar el papel de los rusos en la Segunda Guerra Mundial aprovechando que no está Putin.
En la cena de gala de ayer noche en el Palacio de Buckingham, Trump compartió mesa y mantel con miembros de la familia real a los que había criticado con tweets despectivos en numerosas ocasiones. De Meghan Markle, esposa del príncipe Henry, dijo que era muy desagradable.
¡¡ESPERPENTO!!