La imagen es patética, desabrida, incómoda. Está Boris Johnson sentado el pasado jueves en el palacio del Elíseo, frente a Emmanuel Macron. El anfitrión, cortés, mira sonriente y fijamente al suelo, como por azar, para aparentar que no ve la zafia pose de su desmañado huésped.
La imagen de Boris es zoológica. Aprieta (no deposita) el pie derecho encima de una mesilla baja. La empuja con el zapato, posición suela-a-media-asta, justo ahí donde se enganchan los chicles y las deposiciones de los perros victorianos.