"Para llegar el viernes 6 de septiembre al Estadio Nacional de Zimpeto tuvimos que recorrer los 20 kilómetros de barrizales y míseras chabolas que le separan de la capital de Mozambique, Maputo. Poco antes de las diez de la mañana, cuando el Santo Padre hizo su entrada en el estadio; el delirio llegó a su apoteosis y, a medida que el papamóvil, lentamente, recorría la pista central, las gradas se encendían con el estallido de los teléfonos móviles. Todos querían recoger la escena, los saludos y bendiciones del Papa, cuyo rostro descubría su emoción, casi al borde las lágrimas.
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“Es difícil –dijo– hablar de reconciliación cuando las heridas causadas en tantos años de desencuentros están todavía frescas o invitar a dar ese paso del perdón, que no significa ignorar el dolor o pedir que se pierdan la memoria o los ideales. (…) Ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio. (…) La equidad de la violencia siempre es una espiral sin salida y su coste es muy alto. Otro camino es posible porque es crucial no olvidar que nuestros pueblos tienen derecho a la paz. Vosotros tenéis derecho a la paz”.
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El Obispo de Maintirano, “no pocos de los que participaron en la eucaristía no eran católicos, sino también cristianos de otras confesiones e incluso musulmanes, que representan el 7% de la población”.
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Seguidamente,el Papa les invitó a mirarse entorno: “¿Cuántos hombres y mujeres, jóvenes y niños, sufren y están totalmente privados de todo? Esto no pertenece al plan de Dios. Qué urgente es esta invitación de Jesús a que mueran nuestros encierros, nuestros individualismos orgullosos, para dejar que el espíritu de hermandad triunfe y cada uno pueda sentirse amado porque es comprendido, aceptado y valorado en su dignidad”.
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La biografía del padre Pedro, como aquí todos le conocen, es apasionante. Nacido en Eslovenia, sus padres se vieron obligados, ante la persecución por ser católicos, a exiliarse, primero en Italia y después en Buenos Aires; en la capital argentina tuvo como profesor a Bergoglio, pero ambos reconocen que no fue un buen estudiante, atraído por otros intereses. Fue ordenado sacerdote en 1968 y, poco después, fue enviado por sus superiores a Madagascar. Hoy luce una espléndida cabellera blanca y tiene ese aura y un comportamiento humilde que rememora al de Madre Teresa de Calcuta o el del abbé Pierre."
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Y ya prepara otro viaje 'Pastoral' al Extremo Oriente...!!!
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***Quetal***