Camilo Torres, quien moriría como guerrillero en un enfrentamiento con el Ejército, había nacido en Bogotá, en una familia de clase alta y de tradiciones liberales, el 3 de febrero de 1929. Sus primeros años fueron similares a los de otros jóvenes de su grupo social, excepto quizás por la separación entre sus padres, insólita entonces, y por el estrecho lazo que desarrolló con su madre, doña Isabel Restrepo Gaviria, con quien viviría hasta pocos meses antes de su muerte.
En 1947, cuando estudiaba Derecho en la Universidad Nacional, decidió sorpresivamente hacerse sacerdote. Como seminarista mostró una temprana preocupación por los asuntos sociales y, ordenado en 1954, viajó a la Universidad Católica de Lovaina a estudiar sociología. Desde entonces eran claros su afán de sacrificio, su deseo de influir en el conjunto de la sociedad y su voluntad de vincularse a los problemas de los grupos sociales más pobres.
Con una formación académica moderna, diferente a la de la mayoría del clero colombiano, convencional, escolástico y aferrado al partido conservador y al status quo, regresó en 1956 a Colombia a preparar su tesis. Sus debates con un amigo marxista se convirtieron en el libro Conversaciones con un sacerdote colombiano, de Rafael Maldonado Piedrahíta, en el que se advierte un pensamiento de avanzada, pero todavía firmemente anclado en las doctrinas católicas.
Cuando viajó a Europa nuevamente, en 1958, para obtener su licenciatura, conoció a Margarita María Olivieri, una activista social que sería su más cercana colaboradora en Colombia. Después de graduarse tomó unos breves cursos en la Universidad de Minnesota, y regresó a trabajar a su país.
En 1959 fue nombrado capellán de la Universidad Nacional, donde comenzaba a afianzarse el pensamiento radical influido por el marxismo y la revolución cubana. Buscó acercarse a los jóvenes universitarios, estimuló los trabajos sociales en áreas marginadas y enseñó sociología en la Facultades de Economía y Sociología. Desde 1961 sus posiciones en defensa de los estudiantes le crearon conflictos con la jerarquía eclesiástica y con el establecimiento político. Por ello debió retirarse de la capellanía de la Universidad y pasó a la parroquia de la Veracruz, en el centro. Esto no impidió nuevos conflictos, como los provocados por sus críticas a Acción Cultural Popular, el sistema de educación radial campesino dirigido por monseñor José Joaquín Salcedo, o por el apoyo a los universitarios en la huelga que hicieron para protestar por la expulsión de María Arango y otros estudiantes.
Los conflictos con las autoridades eclesiásticas y civiles, empeñadas en reprimir la protesta social y controlar toda forma de disidencia, lo acercaron a los grupos radicales de la Universidad y lo llevaron a la conclusión de que los cristianos que quisieran el cambio social debían trabajar al lado de socialistas y marxistas, e incluso a considerar que la violencia era lícita en situaciones de grave injusticia social. Su trabajo en los Llanos Orientales con campesinos, y su participación en la junta del Instituto Colombiano de Reforma Agraria, entre 1962 y 1964, terminaron por convencerlo de la necesidad de un cambio social radical en Colombia.
A mediados de 1964 se agudizó el conflicto de orden público en el país. El ataque gubernamental a las llamadas "repúblicas independientes" reforzó las guerrillas del partido comunista y, en enero de 1965, con el asalto a la población santandereana de Simacota, hizo su aparición el Ejército de Liberación Nacional (ELN), una guerrilla inspirada y entrenada por la revolución cubana. El padre Camilo, decidido ya a impulsar una clara acción política, lanzó en marzo de 1965, en Medellín, la plataforma de un movimiento que debería unificar los distintos grupos populares y revolucionarios: el Frente Unido. La oposición del cardenal Luis Concha Córdoba a sus actuaciones políticas le hizo vacilar momentáneamente y aceptó viajar a Lovaina a doctorarse en sociología. Pero la acogida a sus tesis por parte de sectores descontentos y el clima político agitado y algo insurreccional lo llevaron a aceptar la presión de sus amigos y decidió quedarse, lo que llevó a una ruptura definitiva con la jerarquía y a su retiro del sacerdocio.
Entre mayo y octubre de 1965 realizó actividad de agitación popular: recorrió el país, participó en manifestaciones y encuentros, dirigió el periódico Frente Unido y aglutinó un grupo de simpatizantes y aliados que incluían al partido comunista, a los grupos urbanos del ELN, a marxistas e izquierdistas independientes y a dirigentes sindicales. A pesar de las prohibiciones del estado de sitio, grandes manifestaciones lo recibían, en las que su figura carismática y su lenguaje sencillo parecían ganar el compromiso popular para su propuesta política.
Sin embargo, su acción era profundamente ajena a la realidad. El fácil éxito de sus primeros actos se conjugó con una visión romántica y optimista del papel de la guerrilla para convencerlo de que el país estaba al borde de una revolución, en la que triunfarían las guerrillas del ELN. Por ello, en vez de tratar de construir un movimiento político alternativo con una perspectiva de largo plazo, entendió su acción como una preparación de la opinión para su gesto de adhesión a la guerrilla.
Esta se produjo, sin que el país se enterara, en octubre de 1965, cuando, temeroso por su seguridad, anticipó su viaje al monte. El 7 de enero de 1966, un año después del asalto a Simacota por el ELN, anunció públicamente su compromiso con la guerrilla. Apenas un mes después, el 15 de febrero, tropas de la Quinta Brigada, dirigida entonces por su amigo el coronel Alvaro Valencia Tovar, dieron muerte al cura guerrillero, cuando trataba de apoderarse del fusil de un soldado. El Frente Unido no había sobrevivido a su ingreso en la guerrilla, roto entre tendencias divergentes.
A pesar de que su influencia inmediata fue efímera, su impacto sobre la Iglesia latinoamericana fue amplio y prolongado. Influyó en la opción guerrillera de muchos sacerdotes y religiosos durante los quince años siguientes, y sus ideas marcaron la mentalidad de los teólogos de la Liberación y de los grupos guerrilleros. Su rechazo de los mecanismos electorales hizo mucho para debilitar la acción democrática de los nuevos movimientos de izquierda. Su honestidad y carisma, reforzados por una muerte que se vio como un martirio, sirvieron para consolidar y dar un aura heroica y de generosidad a esa alternativa que tan costosa ha sido para Colombia: la insurrección armada y la violencia como formas de lucha política.
Por: Jorge Orlando Melo
Tomado de: Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Edición 18, Junio de 1991
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