|
Cuando miraba atento |
|
aquel tren que corría como el viento, |
|
con sonrisa impregnada de amargura, |
|
me preguntó la joven con dulzura: |
|
- ¿Sois español?- y a su armonioso acento, |
|
tan armonioso y puro, que aún ahora |
|
el recordarlo sólo me embelesa, |
|
- Soy español,- le dije;- ¿y vos, señora? |
|
- Yo- dijo- soy francesa. |
|
- Podéis- la repliqué- con arrogancia |
|
la hermosura alabar de vuestro suelo, |
|
pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia |
|
un país tan hermoso como el cielo. |
|
- Verdad que es el país de mis amores |
|
el país del ingenio y de la guerra; |
|
pero en cambio,- me dijo,- es vuestra tierra |
|
la patria del honor y de las flores: |
|
no os podéis figurar cuánto me extraña |
|
que al ver sus resplandores, |
|
el sol de vuestra España |
|
no tenga, como el de Asia, adoradores.- |
|
Y después de halagarnos obsequiosos |
|
del patrio amor el puro sentimiento, |
|
nos quedamos silenciosos |
|
como heridos de un mismo pensamiento. |