Es la hora de la reducción al absurdo del capitalismo en su versión neoliberal y la posmodernidad como su soporte metafísico. Esta crisis del coronavirus pone en tela de juicio a todo el mundo. Afecta gravemente a la salud de los ciudadanos, la vida de las empresas, el destino de los empresarios, los trabajadores, los trabajadores precarios y pobres. Todo en el mismo remolino porque hay, en las sociedades modernas, una "comunidad de destino" que nos une inextricablemente el uno al otro. Haber quebrado este vínculo, incluso emocionalmente, al difundir el miedo al otro, el individualismo radical, la insolidaridad social, el “sálvese quien pueda” que nos impone el neoliberalismo nos hace más frágiles hoy, fruto de la perversa hegemonía cultural que resulta antagónica cuando debemos unirnos para enfrentarnos a un enemigo común, del cual nadie puede escapar solo.
¿Qué sería de la lucha contra el coronavirus con una sanidad absolutamente privatizada y volcada al único objetivo del beneficio empresarial?
El poscoronavirus será como un período de posguerra. Encontraremos sólo escombros. Entonces, ¿qué sentido tendrán todas las excrecencias neoliberales que se ha demostrado en esta crisis y en la de 2008 ser falacias sumarias para imponer el implacable derecho de una minoría a explotar, marginar y depauperar a las mayorías sociales? Sobre todo cuando el coronavirus nos impulsa a repensar el significado de nuestra vida, nuestra forma de estar juntos, los peligros de la globalización, ya que es posible que nos devuelva una normalidad diferente, un renacer distinto, incluidas las reglas financieras internacionales. El problema es que hemos perdido el sentido del equilibrio entre los diversos componentes de nuestra sociedad.
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en el año 2001, escribió un artículo publicado en la revista Social Europe, The end of neoliberalism and the rebirth of history, en el que señalaba las consecuencias negativas de la aplicación de las políticas neoliberales, que incluían reformas laborales encaminadas a debilitar a los sindicatos y facilitar el despido de los trabajadores, así como políticas de austeridad con el intento de disminuir la protección social mediante recortes del gasto público social, en la calidad democrática de los países a los dos lados del Atlántico Norte (incluyendo España), así como en el bienestar de las clases populares. Una de las consecuencias de esta realidad ha sido el enorme crecimiento de las desigualdades en la mayoría de estos países en los que tales políticas se han aplicado.
El neoliberalismo ataca todas las subjetividades e interpretaciones ideológicas de la realidad compadecidas con la convivencia ya que no cree en la sociedad sino en individuos compitiendo entre sí en término desiguales. Predica la amplia liberalización de la economía, el libre comercio en general y una drástica reducción del gasto público y de la intervención del Estado en la economía en favor del sector privado, que pasaría a desempeñar las competencias tradicionalmente asumidas por el Estado. Empero, esa suplantación del Estado, por la supuesta incompetencia de lo público ante lo privado, se disuelve cuando la ineficacia de los banqueros arruinan a las entidades financieras y se solicita la intervención del Estado reconociendo implícitamente la gestión pública, pero articulando la perversa ecuación de privatizar los beneficios y colectivizar las pérdidas, ¿Qué sería de la lucha contra el coronavirus con una sanidad absolutamente privatizada y volcada al único objetivo del beneficio empresarial?
Esta economía posmoderna se sustancia en una visión apocalíptica del discurso político de los hacedores del capital. El Estado es considerado culpable, ineficiente, corrupto y un lastre para la competitividad del mercado y sus leyes de la oferta y demanda. Cambian los referentes, los imaginarios y las palabras con respecto al Estado de bienestar. El capitalismo se reinventa. Todo se modifica para dar cabida a un ser despolitizado, social-conformista. Un perfecto estulto social. Las viejas estructuras ceden paso a un orden social cuyas reformas exacerban los valores individualistas, el yo por encima del nosotros y el otro es considerado un obstáculo, un competidor al cual destruir… Y en esto llegó el coronavirus.