Bajo la flor, la rama; sobre la flor, la estrella; bajo la estrella, el viento. ¿Y más allá? Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada. La nada, óyelo bien, mi alma: duérmete, aduérmete en la nada. [Si pudiera, pero hundirme... ] Ceniza de aquel fuego, oquedad, agua espesa y amarga: el llanto hecho sudor; la sangre que, en su huida, se lleva la palabra. Y la carga vacía de un corazón sin marcha. ¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada. Y que no lo recuerdes. [Era tu gloria.] Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha en el soplo de tu aliento. Mira en tu pupila misma dentro, en ese fuego que te abrasa, luz y agua. Mas no puedo. Ojos y oídos son ventanas. Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada; no llego hasta la nada.
Delirio del incrédulo
María Zambrano
Asistida por mi alma antigua, por mi alma primera al fin recobrada, y por tanto tiempo perdida. Ella, la perdidiza, al fin volvió por mí. Y entonces comprendí que ella había sido la enamorada. Y yo había pasado por la vida tan sólo de paso, lejana de mí misma .Y de ella venían las palabras sin dueño que todos bebían sin dejarme apenas nada a cambio. Yo era la voz de esa antigua alma. Y ella, a medida que consumaba su amor, allá, donde yo no podía verla; me iba iniciando a través del dolor del abandono. Por eso nadie podía amarme mientras yo iba sabiendo del amor. Y yo misma tampoco amaba. Sólo una noche hasta el alba. Y allí quedé esperando. Me despertaba con la aurora, si es que había dormido. Y creía que ya había llegado, yo, ella, él... Salía el Sol y el día caía como una condena sobre mí. No, no todavía [..]
La llama. María Zambrano, 1989
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