Cuentos cortos
La serpiente ouróboros abrió las fauces para devorar nuestras ansias corpóreas construidas por aquella cíclica obsesión de conectar la existencia en el parnaso.
La uña lloró quiso suicidarse cuando supo que la habían diagnosticado piel de atleta.
Fiel a su costumbre, no faltó a misa, aunque ahora fuera él, de cuerpo presente.
Siempre devota y leal, se entregó en cuerpo y alma a su amante.
Los gusanos lo degustaron y saborearon, sabiendo que era un magnifico carnívoro, en la vida real.
Como hombre fogoso en la cama, terminó frío y tieso en su ataúd.
Prometeo padecía de cleptomanía, por eso se le ocurrió robar el fuego a los dioses, habiendo bajado del Olimpo, fue asaltado por unos sicarios del crimen organizado, quienes actualmente monopolizan la venta de este producto en el mercado negro.
A la conclusión definitiva, le queda la decisión de no cambiar su opinión.
La belleza cae en desgracia, pues el tiempo nunca le tenido gracia alguna.
El drama se mantiene seria, ante la gente, aunque en el fondo sea muy alegre.
El volcán se encorajina, cuando le calientan el cráter de chismes y explota con rabia contenida.
No pude cocinar, ni comer, porque me vendieron gato, por liebre.
La pobreza bosteza cuando alguien le cuenta las proezas que realiza la esperanza.
El abismo sintió un profundo vacío en su interior.
El enigma comenzó tocándose la cabeza, la espalda, los testículos, las piernas y los pies, para que al final no pudiera descifrar, cuál era la esencia de su ser.
López recorrió toda la ciudad en busca de un trabajo, su empresa fue estéril, como todo estaba bajo la austeridad, se le argumentó que nadie podía darse el lujo de tener empleo.
Eran dos hermanos, Anacleto y Tiburcio, el primero fue nómada y por sus travesías conoció el infierno, purgatorio y paraíso. Tiburcio fue sedentario por lo que sólo se percató de la existencia del purgatorio.
Cuando llegó el desenlace del Apocalipsis apareció un anuncio que a la letra dice “Colorín colorado este cuento se ha terminado”
Un difunto al llegar al más allá, musitó fatigado “vengo muerto de cansancio”.
Alejandro Cruz