Cuentan que hace unos siglos, en la casa que preside la plaza de San Andrés vivía un judío muy rico que prestaba dinero y por su codicia, se había ganado la animadversión de todos sus vecinos.
Guardaba su dinero en el sótano de la casa, donde había construido una extensa red de pasadizos que sólo él conocía. En una ocasión, encargó a su hija de 10 años que bajara la bolsa y la pequeña se perdió.
El judío trató de buscarla, pero no logró dar con la pequeña. Tan solo escuchaba sus lamentos. Ningún vecino quiso ayudar al judío por su avaricia.
Los más viejos del lugar cuentan que esos gritos de desesperación no han dejado nunca de oírse y comienzan cada noche, justo cuando se pone el sol.
CUENTOS Y LEYENDAS
DE CÓRDOBA